El silencio de la ciudad de Utrecht, en Holanda, se quebró cuando se escucharon unos disparos. Fueron varios. El ruido sordo quedó encapsulado en un tranvía que hacía todos los días la misma ruta. Se la sabía de memoria. Lo que no sabía aquel tranvía es que desde sus entrañas, un tipo malencarado acabaría con la vida de tres inocentes que se cruzaron en su camino.
Otra vez el fanatismo islamista volvía a romper la convivencia en Europa. De nuevo el miedo se apoderaba de los holandeses y del resto de los ciudadanos europeos.
Un hombre de mente fría no sólo dejó tres muertos, sino también varios heridos; algunos de ellos debatiéndose aún entre la vida y la muerte.
Hacía tiempo que el Estado Islámico no daba señales de vida en Europa. Parecía que la saña del terrorismo islamista contra Occidente había quedado relegada. Pero no. No era así. Quería hacer un recordatorio de que ahí sigue, silente, agazapado, paciente.
Hasta que bajamos algo la guardia. Y es en ese momento, en ese preciso instante cuando saca sus fauces en forma de atentado terrorista. Eso es lo que hizo este terrorista en la tranquila ciudad holandesa de Utrecht, como antes el terrorismo islámico lo hizo en París, y en Niza, y en Londres, y también en Madrid, y Barcelona, y Copenhague y otras ciudades europeas.
Lo que quiere el Estado Islámico es seguir golpeando los corazones de los europeos; pretende fomentar el terror. Cuanto más terror haya, más fácil será su “reconquista”. Tampoco es nuevo. Lo ha dicho infinidad de veces. Europa para ellos representa el Al Ándalus, lo que España fue en su momento. Lo hicieron de ellos hasta que las huestes de Don Pelayo pudieron arrebatárselo poco a poco, allá por el siglo XI. Pero para los extremistas islamistas aquello les sigue perteneciendo. Y no sólo el territorio español; suben y siguen subiendo queriendo recolectar el resto de Europa.
Pero es que además ven al Viejo Continente como el advenedizo que metió el dedo en la llaga del islam una y otra vez entrometiéndose en algo que no les corresponde. En ese “ojo por ojo, diente por diente”, el fanatismo no se queda quieto y golpea con fuerza cada vez que tiene una oportunidad, como acaba de suceder en la ciudad holandesa de Utrecht.
Y ¿qué hacemos nosotros? Las Fuerzas de Seguridad del Estado en Holanda han elevado el riesgo de atentado al nivel cinco, el máximo. España, Francia y otros países de Europa también lo han elevado por el riesgo alto de atentados. Pero además de blindarnos, ¿qué más estamos haciendo?
La verdad es que nos llevan ventaja, mucha, y no podemos quedarnos quietos. No podemos porque quien sufre las consecuencias es la sociedad civil europea.
Y si no, que se lo digan a esas tres pobres víctimas que fueron asesinadas en Utrecht por un loco descerebrado que dijo hablar en nombre de Alá.