Desde esta semana y hasta julio de 2020, cuando conozcamos al nuevo campeón de Europa, todo será distinto: en esta ruta de la destrucción, donde la meta parece ser dinamitar todo lo que funciona en el futbol, esta Eurocopa no sólo incluirá a 24 selecciones, sino que será en doce países sede y abrirá cupo a cuatro equipos que no hayan calificado por vía de la eliminatoria, sino por el último invento llamado Liga de las Naciones.
Un evento tan desintegrado que igual tendrá partidos en el extremo noroeste del continente, en Irlanda, que en la esquina sureste del continente, en Azerbaiyán.
Esto, sobre todo, por tres razones. Por un lado, ampliar las potenciales audiencias y consumidores al convertir en locales a tantísimos millones de personas. Por otro, hacer fácil la organización y disminuir el impacto de sus gastos, recordando que esta Eurocopa de doce anfitriones se gestó cuando Europa estaba sumida en una honda crisis a inicios de esta década. Como complemento, la operación política de Michel Platini, tan visionaria como su juego antaño en la cancha: admitir a más representativos (el Frankenstein que nos legó, de 24 participantes, ya esperpéntico de nivel en 2016), llevarlo a naciones del este como Polonia y Ucrania, dar rebanadas del mismo a más federaciones, se traducía en automático en más apoyos.
Puesto a buscar una excusa para tan extraña maniobra política, Platini justificó su Eurocopa de los miles de kilómetros en el aniversario sesenta del certamen. La realidad es que sus cimientos como presidente eran tan sólidos, que en ninguna votación a la que se presentara podía perder. Paradojas, nunca vio venir la avalancha que lo derribaría: el escándalo de corrupción de la FIFA, que él alimentó toda vez que entró en conflicto con su ex mentor Joseph Blatter y que, presumiblemente, el propio Blatter redirigió hacia él: ¿cuántos traspasos por dos millones de dólares pudo hacer el suizo durante su dilatada presidencia de la FIFA? Curiosamente, el único del que se supo fue el que llegó a la cuenta bancaria de Platini. De ahí que no sea descartable que, resignado a su caída Sepp decidiera llevarse de corbata a quien insistía que le había traicionado.
Pero estábamos con lo de la Eurocopa que no parecerá Eurocopa, última hija de Platini. Dublín, Londres, Glasgow, Bilbao, Ámsterdam, Múnich, Roma, Copenhague, Budapest, San Petersburgo, Bucarest y Bakú viendo ir y venir partidos.
Mundial de 48, Eurocopa de 24, 12 sedes… Ola expansiva sin límite, implosión en tiempo récord de cuanto nos apasiona, con un denominador común: tanto en lo de la Eurocopa que abre eliminatorias esta semana como con lo del gigantesco Mundial, Gianni Infantino dando órdenes desde el escritorio.
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