Si asumimos que no fue orquestado el abucheo que recibió el presidente durante la inauguración de un estadio, podemos analizar el tema desde dos ópticas: lo positivo y lo negativo del episodio. Puesto como pregunta: ¿para qué sirve abuchear a López Obrador?

Lo positivo del abucheo es que sirve para recordarle al presidente que México es un país diverso en lo político y de humor social volátil. Dicho episodio no significa que su presidencia se caiga a pedazos, ni que los asistentes al estadio sean un termómetro social representativo. Pero que un presidente como él (que tiene una lógica expansiva del poder y la presidencia, y que busca influir en lo más posible para ser el centro de atención y decisión) reciba un abucheo, es un necesario golpe de realidad que pone en aprietos su discurso reduccionista, divisivo y falso de “buenos” contra “malos”.

Recibir un abucheo te recuerda que no eres súperpoderoso, que no todos te aman, y que eres reemplazable. Y eso es bastante sano y deseable desde el punto de vista democrático. Te recuerda, pues, que no debes gobernar para nadie porque debes gobernar para todos.

Lo negativo es trivializar la oposición al presidente; convertir quejas y críticas legítimas, en gritos desde el anonimato. El que varios opositores a López Obrador celebren en redes sociales el abucheo, habla de una oposición que destruye más de lo que construye. De igual forma, el abucheo es alimentar la misma polarización que López Obrador manipula a la perfección. El que el presidente la promueva (“fifís”, “neofascistas”, “canallas”, etc.) no significa que debamos replicarla o que sea buena para México. Hacer de la política una guerra de abucheos sería rebajarnos a su nivel político, pero eso no sería lo peor: probablemente nos vencería porque él es un experto en el juego de la demagogia.

En lo personal, me agradó el abucheo a la persona por el mensaje que se le mandó, pero detesté el abucheo a la institución de todos los mexicanos. En un mundo donde ya todo es un concurso de estridencia y sensacionalismo, debemos cuidar que nuestra política no sea reducida a un concurso de gritos donde nos escuchemos pero no nos entendamos.

DAMG