Sólo es el comienzo, sí, muy lejano todavía en resultados y tiempos a las metas, pero el inicio de Gerardo Martino como seleccionador mexicano ha sido inmejorable.
Un tanto por el resultado frente a Chile, con una victoria tan contundente como merecida. Otro tanto, muchísimo más significativo, por las sensaciones que se proyectan desde este proceso: las declaraciones mesuradas del entrenador, la exigencia de compromiso ejemplificada en las críticas a la no comparecencia de Jesús Manuel Corona (“habrá repercusiones” fue la frase) y por obligar que todos se queden toda la semana sin importar si ya jugaron o volverán a jugar, la apuesta por nuevos valores como Carlos González, la esperanza de que actúen siempre quienes mejor se encuentren.
Por supuesto, al apodado Tata no se le ha contratado para que gane los amistosos (en ese sentido, el rey ha sido Juan Carlos Osorio), sino para genuinamente imprimir una nueva cara a nuestro equipo nacional. Afianzar un estilo, optimizar los talentos que se generan, impregnar de personalidad a sus pupilos, hallar el equilibrio entre sentido común e innovación. Serie de factores que no necesariamente se traducirán en el quimérico quinto partido, aunque acaso si nos acerquen al mismo.
No olvidemos que Martino, como en su momento Herrera u Osorio, como Aguirre o Chepo, como Hugo o Eriksson, no dispone de pócimas mágicas para cambiar añejas estructuras que laceran a nuestro futbol. Cuanto le duele a nuestra juventud, cuanto está descompuesto socialmente en esta tierra, afecta directamente al deporte: sobrepeso infantil, índices de diabetes, salud pública, educación, falta de infraestructuras, baja cualificación del profesorado, sedentarismo, corrupción, centralismo político, circunstancias que obstaculizan el desarrollo del alto rendimiento deportivo. A ellas se debe añadir un esquema de detección de talentos ineficaz, más un pésimo sistema de canalización del mismo (maltratando al aspirante y/o buscando cobrarle comisiones) y una penosa prioridad de lo comercial por encima de lo futbolístico, para entonces entender que, por buena fe que tenga el Tata, eso no basta para ver a nuestra selección donde deseamos.
Acumular 24 años en idéntica ronda mundialista habría de convencernos de que es a donde pertenecemos. Mucho o poco, en octavos de final y en el top 16 mundial llevamos atorados desde mediados de los noventa. El reto es trascender ese nivel, incluso a sabiendas de que nuestros males no se limiten a si se acomoda al once con tal o cual parado, a si se coloca a uno u otro jugador.
Como sea, Martino está en la suyo y su arranque luce promisorio. Apenas la primera casilla en un laberinto que ha de ser de miles y con no pocas cuestas que escalar. Sin embargo, su caballo tricolor ya galopa.
Twitter/albertolati