Si de un lado de la moneda está el maquillaje a un régimen, si de un lado está la legitimidad internacional que se persigue albergando un gran evento deportivo y haciendo que cambie el tema de conversación respecto a un país, del otro está el destapar críticas que, de otra forma, no llegarían a los encabezados de culturas lejanas.
Pongamos por ejemplo Qatar, que con su Mundial evidentemente ha ganado mucho más en posicionamiento que lo que ha perdido, aunque sin duda a causa del torneo es que cierta cantidad de personas saben hoy que sus condiciones laborales son de escándalo, con recurrentes violaciones de Derechos Humanos.
O pensemos en Rusia que, sin duda, obtuvo una inmensa tajada política con sus Olímpicos de invierno y la reciente Copa del Mundo, mas en el camino también vio expuesta su persecución a la comunidad LGBT y su entrada en territorios que pertenecían a Ucrania.
O China, cuya imagen fue lanzada poderosamente a partir de Beijing 2008, pero con su antorcha olímpica marcada por las proclamas contra la represión en el Tíbet.
Tres ejemplos de ese lado inverso de la moneda. Lado de mínima visibilidad si se le compara con el deslumbre que desencadena ser local. Sin embargo, existe.
Traigo este tema a colación porque Bahréin recibirá este fin de semana su Gran Premio de Fórmula 1. Y lo hará, como ha sido desde hace siete años, en medio de protestas y controversia. En 2011 la carrera no se pudo efectuar debido a la magnitud que tomó la llamada Primavera Árabe al cruzar sus fronteras y para 2012 ya se organizó contra lo que numerosas organizaciones exigían.
Un par de meses después de que la habitual represión bahreiní tomara notoriedad por otro caso deportivo (la detención en Tailandia del futbolista Hakeem al-Araibi, refugiado en Australia tras ser sentenciado en su país natal), la Fórmula 1 retoma reflectores. La activista Najah Yusuf fue encarcelada en 2017 tras haber subido a redes sociales peticiones para que aquel Gran Premio, a la postre ganado por Sebastian Vettel, fuera cancelado. Su exigencia, basasa en la noción de que varios manifestantes que se oponían al GP de 2012 fueron procesados e incluso matados, terminó por convertirla a ella misma en presa política.
A unos días del regreso de la Fórmula 1 a Bahréin, Najah ha publicado una carta en la que detalla las torturas y vejaciones que ha sufrido, al tiempo que reitera: “Por años la familia real ha usado la carrera para limpiar su reputación internacional y blanquear sus violaciones de Derechos Humanos. Durante este periodo la Fórmula 1 ha ignorado consistentemente los abusos que han sucedido”.
Es infinitamente más lo que gana que lo que pierde Bahréin al tener su fecha del calendario de este serial, pero eso no borra el lado inverso de la moneda: el deporte también sirve para colocar luz sobre temáticas urgentes como esta. Mucho menos borra algo más relevante: la responsabilidad que el deporte no siempre (o casi nunca) se atreve a ejercer.
Twitter/albertolati