La política tal y como la conocemos tiene fecha de caducidad. La propia sociedad también. El tiempo con la rapidez que imprime la tecnología hace que los cambios sean demasiado rápidos. No hay tiempo para el propio tiempo.
El concepto de familia tiene ya tantos significados como ideas distintas. Lo mismo la religión. En la política en Occidente, nos damos cuenta de que el modelo se ha agotado. Lo mismo en la economía. Hemos estirado tanto la cuerda del neoliberalismo que se ha terminado por romper.
Los partidos políticos de toda la vida tienden a desaparecer o a quedar relegados. Los excesos atávicos, los amiguismos ramplones que han degenerado en corruptelas que no quieren tener fin, las sociedades cada vez menos igualitarias y con brechas que parecen irresolubles, la impunidad de algunos amparándose en cargos tan heterodoxos como abstractos, los Gobiernos que favorecen, el abuso del poder amparándose en un concepto injusto, inmoral y torticero de la justicia, todo eso y más ha dado lugar a un hartazgo de la sociedad que reclama a voces un equilibrio de aquellos valores hoy completamente prostituidos.
Escucho a politólogos, pensadores, intelectuales, políticos, filósofos, sociólogos explicar certeramente la enfermedad del paciente. Sin embargo, espero la curación. Lo único que hemos conseguido hasta el momento es que el moribundo convulsione entre estertores, pero nadie ha encontrado aún la receta para poder salvarle.
El presidente Andrés Manuel López Obrador lleva enseñando un proceso curativo desde hace tiempo. Al menos a él hay que aplaudirle no sólo el hecho de explicarlo una y otra vez desde hace años, sino la posibilidad de llevarlo a cabo desde hace tiempo. López Obrador quiere enterrar las corrupciones, los malos manejos y los amiguismos del México de los últimos 70 años.
Su propuesta es valiente, mucho. Pretende realizar una “transformación” a todos los niveles dentro de la propia sociedad. De abajo a arriba, de un lado a otro. Trabaja en la posibilidad aún lejana de una sociedad más igualitaria, más identitaria, luchando contra la corrupción y haciendo de ello su bandera en su vida política.
Hay muchos motivos que avalan la política actual de López Obrador. Fundamentalmente una simpatía social que supera 80% de aprobación, unos indicios jamás conocidos en los últimos 80 años. Eso sí, en España no ha sentado nada bien la petición al rey Felipe VI de que España pida perdón por los “abusos” de la Conquista. Será algo que tendrá que solventar. Las relaciones internacionales se basan en el concepto de confianza y simpatía. En esta situación no ha sido ninguna de las dos cosas. En la Península Ibérica todavía se preguntan por qué el Presidente tenía que sacar a relucir situaciones de hace cinco siglos, cuando en aquel entonces no existía el concepto de “derechos humanos” ni el de una gran sociedad de naciones como es el actual Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Gran parte de la sociedad mexicana espera el siguiente paso. La clase alta y empresarial aguanta la respiración, pero todos, todos ven el principio de una esperanza que está al final del túnel.
Tal vez sea López Obrador un soñador romántico que ha declarado su amor. Los ideales cuando son profundos siempre fructifiquen porque ¿y si le saliera bien la jugada?, ¿y si de verdad pudiera cambiar la sociedad y convertirla en más igualitaria?, ¿por qué no?
Hemos probado muchas fórmulas. Ésta por lo menos ilusiona, y mucho.