En escena, no hay acto más espectacular y a su vez más delicado que el del equilibrista. El papel que le tocó jugar precisamente al secretario de Hacienda, Carlos Urzúa, en el gabinete del presidente Andrés Manuel López Obrador.
En medio de las profecías más oscuras e insidiosas que vaticinaban fuga de capitales inmediatas, gasto desmedido del Gobierno, desabasto, hiperinflación al estilo Venezuela, caos y descontrol financiero, Urzúa le imprime racionalidad matemática a la administración pública federal.
Desde años atrás, López Obrador le ha trasladado toda la confianza, pero también toda la responsabilidad en materia económica a su ex secretario de Finanzas cuando fue jefe de Gobierno del DF.
A pesar de que AMLO decreta la “muerte del neoliberalismo”, las acciones de Urzúa están encaminadas a que el Estado no pierda del control de sí mismo en medio de una realidad global de economías entrelazadas.
No endeudarse, compactar el Gobierno e invertir más en infraestructura son premisas económicas de innumerables libros de texto que el propio Urzúa, ex investigador del Colegio de México y del Tec de Monterrey, repasó como profesor una y otra vez con los que tuvimos el privilegio de ser sus alumnos.
El secretario de Hacienda conoce bien la naturaleza de las duras crisis económicas que ya transitamos; la de 1982 provocada por la irresponsabilidad de José López Portillo de dedicarse a “administrar la abundancia”; la de 1994-1995 que pudo haberse evitado si Carlos Salinas de Gortari hubiera devaluado el peso años antes, y la de 2008, de origen internacional provocada por la burbuja inmobiliaria de los Estados Unidos.
En este sexenio la inflación no se desbordará porque Urzúa no juega con fuego, y por eso pugna, a pesar de improvisaciones de algunos legisladores de Morena, por el respeto a la autonomía del Banco de México.
Si el peso en la actualidad se fortalece es porque el tipo de cambio de libre flotación, donde el valor de la moneda lo define el mercado, ha sido un acierto.
En discurso reciente en la Convención Bancaria en Acapulco admitió que el Gobierno no puede solo, que la inversión pública es insuficiente para lograr el crecimiento económico. Por eso a los banqueros les llama a trabajar juntos.
El secretario de Hacienda comparte la premisa fundamental de AMLO: la corrupción es el mal de males. Como receta imponen la centralización y simplificación, mientras los recursos públicos pasen por más manos, la corrupción se agrava. Por eso dirigen transferencias directas de los programas sociales a los beneficiarios.
En el diagnóstico de Urzúa, Felipe Calderón agrandó al Gobierno para darles plazas a sus amigos, pero Enrique Peña Nieto se llevó las palmas en materia de corrupción.
Aunque el riesgo de una austeridad extrema sería pasar a una falta de operatividad del Estado.
Y mientras Urzúa se toma en serio su papel, entre el público no faltan los morbosos que ansían ver caer sin red al equilibrista sin importar que se trate del país en juego.