Es un hecho que el presidente Andrés Manuel López Obrador ha optado por la vía de la confrontación social. Sus dichos y sus hechos lo confirman. Históricamente está demostrado que no es un buen camino para los hombres de Estado, pero los hechos indican que el Presidente de todos los mexicanos lo ha elegido. Él debe saber el por qué.
Legal y legítimamente el Presidente de México tiene el poder de la República y lo está ejerciendo. Es necesario repetirlo: no hay ninguna objeción legal ni de legitimidad. Tiene derecho: 30 millones de votos en su favor se lo permiten; aunque 60 millones de votos no hayan sido para él. La ley es la ley. También es necesario decir que está absolutamente equivocado.
En ejercicio de la libertad de expresión, que se origina en la libertad de pensamiento, los lectores y los electores deberían preguntarse si todas y cada una de las medidas asumidas por el gobierno de López Obrador son correctas y son siquiera relativas a las que se esperaban de su gobierno.
Es cierto van, más o menos, unos 125 días de su gobierno. Son un instante o una eternidad, según se les quiera contar.
Así, el escribidor le propone a usted, sin importar si es el más ferviente apoyador del Presidente de la República o su más acérrimo opositor, un ejercicio. Se trata de analizar, bueno digamos pensar, sobre las acciones asumidas del Presidente de la República, quien tomó posesión del cargo el 1º de diciembre del 2018.
No es un ejercicio novedoso, El escribidor debe reconocer que el periodista Carlos Loret de Mola, en su mejor versión de reportero, lo ha propuesto en su columna de El Universal. De ella lleva, en ese sentido, al menos 14 entregas. S amo que lesd acerque su comida… unhos menos que comparacen a los pobres de Mí, sí, el escribidor sabe que entre gitanos no se leen las cartas, pero el hecho comprobable es que Loret de Mola lo hizo antes que nadie. (Por cierto, ahora amenazado por los traficantes de la totoaba, sin que los muchos redentores del periodismo hayan dicho esta boca es mía).
Regresemos: el ejercicio es muy sencillo. Las reglas: no hay descalificaciones ni, por supuesto, apoyos incondicionales; es decir sólo opiniones sustentadas en los hechos.
Revise, recuerde usted las medidas, la decisiones tomadas por el Presidente de la República en los más o menos primeros 125 días de su mandato. Todas, por supuesto. Las que usted recuerde. Las que les gustaron, con las que está usted de acuerdo; las que le disgustaron y con las que no está de acuerdo. No es tan difícil.
¿Ya?
Bien.
Ahora piense usted, por sí mismo y honestamente, que opinaría si todas y cada uno de esas medidas, la mismas exactamente, sin más ni menos, hubiesen sido tomadas por un Presidente de la República que no fuera Andrés Manuel López Obrador, sino por cualquiera de los otros candidatos que compitieron con él en las elecciones del primer domingo de julio del 2018.
El ejercicio más justo es con cualquiera de los candidatos, pero no lo compliquemos. Hagámoslo con el segundo lugar de las elecciones: el priista José Antonio Meade, como lo hace el propio Loret de Mola. No le gusta; bueno, hágalo con el panista Ricardo Anaya.
Ellos, como lo es hoy López Obrador, pudieron ser presidente de México si el voto popular los hubiera favorecido. Entonces, imagínelos usted en sus primeros 125 días de gobierno.
No, no se le pide que imagine lo que nunca ocurrirá. El ejercicio es simplemente que piense en lo que ya ocurrió y ocurre. Imagine que el Presidente de México se llama José Antonio Meade o Ricardo Anaya.
¿Qué pensaría si cualquiera de ellos dos ocupase la Presidencia de la República y hubiese tomado las acciones de gobierno que ha asumido López Obrador? No, no las califique o descalifique; sólo piense en que hubiere opinado. Acéptese usted mismo.
Imagine que el presidente Meade o el presidente Anaya hubieran cancelado la construcción del nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México, que hubiesen consultado a la Madre Tierra para la construcción del Tren Maya; que hubieren cancelado el apoyo gubernamental para las guarderías o para los centros de refugios para las mujeres violentadas; que hubiesen cancelado la lucha contra el narcotráfico y fallado en la lucha contra el huachicoleo; que hubieran despedido a cientos de miles de burócratas que sobrevivían apenas con sus salarios, “por ser miembros de la burocracia dorada”; que anunciaran que no juzgarían por corrupción a los expresidentes ni a sus más cercanos colaboradores; que buscasen la aprobación de la revocación del mandato, que desmintieran a sus secretario de Hacienda, que se burlaran del Senado con las ternas para comisionados de la Comisión Reguladora de Energía entre otras muchas decisiones, sin contar con minucias como el reciente reclamo a España y el Vaticano por la conquista de hace 500 años y muchos menos que dijesen que los pobres de México con mascotas que necesitan de un amo que les de comer…
Un poco más. Imagine usted, ¿qué diría y haría el candidato perdedor llamado Andrés Manuel López Obrador? ¿Qué harían y dirían sus seguidores, sus votantes? ¿Los opositores a ese hipotético mandato dirían que es el fin del neoliberalismo o lo que eso signifique? Son preguntas, no afirmaciones.
No se exalte ni para bien, ni para mal. No miente madres ni tampoco se carcajee. Piense, sólo piense. Piénsele. La respuesta no está en el viento, la tiene usted. Y respete la respuesta de su conciudadano; no la descalifique ni la minimice; debata sí, pero no provoque. La confrontación social no lleva a la pacificación ni al progreso en ningún país. La violencia verbal lleva a la violencia física. Y hoy, esa confrontación, se promueve desde la primera magistratura.
Los clásicos del vulgo dicen que no es lo mismo ser borracho que cantinero. Es probable que tengan razón. Más pronto que tarde, lo veremos. Ojalá que lo que veamos sea para bien de todos los mexicanos, dicho con toda seriedad y también con toda buena esperanza, aunque todo indique que no será así. Piénsele.
jhs