Se está dando un debate fundamental para el sistema de partidos en México, dentro de MORENA. El senador suplente de Ricardo Monreal, Alejandro Rojas Díaz Durán, decidió renunciar a su puesto en el Senado como coordinador de asesores del grupo parlamentario dominante, y anunció que recorrerá los estados para reunirse con la militancia morenista.

 

Rojas, quien también es consejero estatal de MORENA en la capital, lleva tiempo denunciando que la cúpula del partido, encabezada por la presidenta nacional Yeidckol Polevnsky, tiene una “visión autoritaria … y antidemocrática que se ha apoderado de los órganos de dirección del partido y ha conducido los procesos imponiendo gente”, por lo que MORENA no debe tomar “esa ruta arcaica en la que ni siquiera se permite la crítica”.

 

¿Cómo respondió MORENA a estas opiniones? Dándole la razón a Rojas. La Comisión Nacional de Honestidad y Justicia de MORENA abrió un “procedimiento de oficio” en contra del senador suplente, por “presuntas transgresiones a los Documentos Básicos” de ese partido. En otras palabras, MORENA está sopesando la suspensión de derechos partidarios, o la expulsión directa, de alguien que opina distinto a la dirigencia nacional.

 

No es la primera vez que MORENA contradice la retórica de democracia y tolerancia que utiliza López Obrador. En noviembre de 2017, ese partido plasmó en la convocatoria para sus candidatos una cláusula “mordaza” contra la autocrítica. En la página 8, inciso 4, se lee: “Queda estrictamente prohibido que los aspirantes realicen acusaciones públicas contra el partido, sus órganos de Dirección u otros aspirantes o protagonistas … La falta a esta disposición será sancionada con la cancelación del registro … por el que se postuló”.

 

MORENA, como ya lo he escrito aquí, tiene una falla de origen: como institución a largo plazo (es decir, más allá de personas específicas), es sumamente endeble porque lo único que mantiene unidos a sus militantes es una alianza pragmática con un líder (López Obrador). Si MORENA quiere evitar autodestruirse en un futuro post-López Obrador, debe, desde hoy, construir una dirección nacional que no reprima, y reglas de competencia interna claras, pensadas para la certeza del militante y no para el control de la cúpula.

 

En democracia, los partidos más débiles son los que no saben admitir, canalizar y resolver las inquietudes de sus militantes. En otras palabras, un partido es tan fuerte como su capacidad de resolución de conflictos internos. La transición democrática le dio al país elecciones creíbles, democratizando el acceso al poder público. Ahora falta uno de sus complementos: la transición a la democracia interna en los partidos (práctica que incluso el PAN ha ido menospreciando), para democratizar la competencia por dicho acceso al poder.

 

Ningún partido político en México debería tener un criterio cuasiestalinista de “mordaza” interna. Un error del PRI a finales del siglo pasado, fue no saber administrar a una militancia cada vez más consciente de sus derechos partidarios (losa que, por cierto, seguía cargando hasta antes de la elección de 2018, y que personalmente he padecido en dos ocasiones dentro del PRI). Concluyo con el cierre de un texto que publiqué en agosto de 2018, titulado “Democratizar a MORENA”: “MORENA arrasó, y lo que haga o deje de hacer va a impactar en la vida institucional del país y en su sistema de partidos. Estoy convencido de que si MORENA es más democrático, México será más democrático”.

 

DAMG