Entre la prórroga del Brexit, la reelección de Netanyahu en Israel y la difusión de la primera foto de un agujero negro en el espacio, se deslizó de pronto, de manera casi anodina, una noticia que me dejó perpleja. Profundamente perpleja.
Resulta que en Europa, y en Occidente en general, cada vez más parejas renuncian al sexo, de todas las edades. El tema da flojera hasta a los jóvenes en plena tormenta hormonal.
¿Qué está pasando?, ¿el estrés?, ¿la tecnología? (posibilidad de tener una comunicación placentera sin contacto físico por WhatsApp), ¿el aumento de la pornografía on-line?, ¿la omnipresencia de aplicaciones de citas como Tinder?, ¿la presión del mercado laboral?, ¿el miedo a la precariedad?, ¿la falta de tiempo, convertida en una nueva pobreza?, ¿el individualismo que no entiende de juegos carnales?, ¿exceso de antidepresivos?
Hace dos, tres décadas, cuando Woody Allen hizo célebre la frase: “El sexo es lo más divertido que se puede hacer sin reír”, nadie hubiera imaginado que hoy, en una época libre de prejuicios y tabúes, nos tocaría observar esta terriblemente preocupante agonía del deseo. Hasta en el cine. Porque ya quedó demostrado que las películas de narcos o policiacas, salpicadas de sangre, venden mucho más que las que recurren al morbo erótico.
El fenómeno inquieta no sólo porque podría implicar trastornos depresivos, sino también porque amenaza la natalidad. Sí, estamos ante una bomba de tiempo demográfica.
Veamos el caso de Japón. Su Gobierno sostiene que 70% de los hombres y 60% de las mujeres no tienen pareja ni ganas de buscarla. Uno de cada cuatro nipones de entre 20 y 30 años es virgen.
El celibato voluntario se impone y se expande a un ritmo vertiginoso en Estados Unidos y en Europa, sobre todo entre los millennials, muy poco preocupados por lo que sucede fuera de la Red. Un estudio de Natsal aporta unos datos significativos: las parejas británicas tienen en promedio tres encuentros íntimos al mes; hace 20 años tenían cinco.
Los estadounidenses experimentaron una caída de 15% de la actividad sexual en sólo una década. También Francia, uno de los países más liberales del mundo, se ve golpeada por la recesión sexual. Los jóvenes, la llamada “generación no satisfaction”, están teniendo mucho menos sexo que sus padres o abuelos.
Queda claro que el erotismo ya no está entre las piernas; ahora permanece bloqueado entre las cejas. Aún resuena en mi mente el sabio consejo (del año 2010) del afamado cardiólogo francés Frédéric Saldmann: “Hacer el amor tres veces por semana extiende la expectativa de vida un promedio de diez años”.
Más tarde, a las mismas conclusiones llegaron especialistas en medicina antiage de la Universidad de Harvard. Desgraciadamente, ni la sabiduría de la ciencia se muestra capaz de revertir la tendencia actual.