Esa relación ya no sanará: porque el jugador sabe que su legado en estrictos términos de títulos y goles importantes, nadie borrará; porque la afición reitera su decepción, como si en 2013 hubiese comprado un Balón de Oro que, al paso del tiempo, no ha dado ni para titular.
Eso y cierto rencor. De Gareth Bale al verse despojado hasta del nombre (en el Bernabéu se le castiga llamándole sólo por el alias “El galés”: hoy no ha corrido el galés, no sirve el galés, ni habla castellano el galés, debe ser vendido el galés), cuando ya podría estar tan cómodo en la Liga Premier. Del Real Madrid al asumir que esta crisis pudo evitarse si en verano de 2017, Florentino Pérez hubiese admitido su venta (entonces tenía pretendientes) para recibir al que entonces pintaba para crack y ahora es una tremenda realidad, Kylian Mbappé: con el monto por la baja de Gareth, Kylian no hubiese costado más de 70 millones.
Por vueltas que le demos, Bale siempre podrá presumir cuatro Champions League, para colmo consumadas con goles suyos en dos finales y penal en la serie en otra; al tiempo, los merengues no encontraron en él lo que buscaban. Por las lesiones, por la renuencia a adaptarse (tan típica del futbolista británico), por la sombra de Cristiano Ronaldo, por lo que sea.
Así que la salida de alguien que levantó en esa casa casi tantas Champions como Alfredo Di Stéfano, será con tormenta…, o ya lo es. A cada intervención, Bale resulta pitado, para colmo desprovisto de la protección directiva de la que disfruto desde un principio.
Esta temporada era la suya. Venía de ganar para los blancos la final de Kiev ante Liverpool (par de goles, uno de descomunal tijera) y ya no estaba Cristiano. Sucedió que no estaba para eso, quizá porque no quiere, quizá porque no puede, quizá por una mezcla de ambas.
Al verlo correr y disparar de lejos en sus inicios en Tottenham, era fácil pensar que apuntaba alto. De ahí a visualizarlo como candidato al máximo escalafón mundial, no…, una corazonada en la que abundó Florentino y nunca se cumplió.
Hoy están como pareja que nunca se quiso, mas supuso que se llegaría a querer. Ya no hace falta disimular caricias, ya nadie pide falsas muestras de interés, ya nadie se engaña ni se deja engañar. Apenas recostarse cada uno de su lado de la cama, hacerse concha viendo cada cual hacia su buro y esperar de una vez por todas que la mañana siguiente sea la última que les sorprenda juntos.
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