Una madrugada, abriste los ojos a la eternidad. Tu esencia se desembarazó de ese cuerpo adolorido, maltratado, agotado y se liberó para ingresar a esas otras dimensiones en donde los detalles corpóreos son irrelevantes. Te convertiste en polvo. Polvo de estrellas.
Eras parte del grupo de mujeres icónicas que admiró mi generación. Aquéllas que abriendo brecha, empezaron a ser reconocidas por su talento y profesionalismo. Fuiste una de las primeras en ocupar cargos de alto nivel, pero siempre lo asumiste con modestia y discreción.
Venías de ese linaje cristiano que caracterizó Weber en su estudio sobre la ética protestante. Racionalismo, vida austera y honesta fueron parte de los valores que te formaron desde el seno familiar.
De lejos, te percibía como un roble. Segura y serena. Dura como su tronco. De cerca, la sencillez de tu trato era la consecuencia inevitable de tu propia grandeza. Siempre tuviste para muchas de nosotras, aprendices de la política, una palabra amable, un gesto solidario. Cuántas veces asumimos batallas y tú estuviste a nuestro lado, hombro con hombro. Guiñándonos un ojo, sonriéndonos y dándonos la confianza que nos faltaba.
Fuiste una amazona de porte elegante y orgulloso, con sólida formación económica. Una mujer fuerte que no declinaba en sus convicciones; que hasta el final no solapó abusos ni tropelías. Si me permites, eso es parte de tu legado: no ceder ante la injusticia; ser fieles a nuestras propias convicciones. Tú luchaste por un México mejor, y por ese camino, una y mil veces te estrellaste ante el muro de la sinrazón, de la arbitrariedad y la complacencia. Tu lucha no termina con tu partida. Dejas el testimonio de tu vida íntegra para que otras mujeres retomemos tus banderas y haciendo camino al andar, como canta el poeta, sigamos en la brega.
Me duele no haberte visto en tu etapa final. Tengo esa espina atravesada que me desasosiega. ¿Por qué esta carta no fue enviada cuando aún estabas entre nosotros? ¿Por qué no te dije todo lo importante que eras en mi vida profesional y lo que tu ejemplo había influido en mi persona? Estas líneas son un desahogo a una frustración que sentí al verte en ese ataúd porque tuve la sensación que ya no estabas ahí. La muerte no te desposó, te potenció en la historia. Tu esencia se unió a los de tu linaje; a todas esas mujeres y esos hombres que genuinamente lucharon a favor de esta nación y por sus más caros valores. Nos dejas una inspiración que trascenderá a nuestras generaciones.
Gracias, María, por el honor de haber conocido a una de las mujeres más influyentes en la vida política de nuestro país. Segura estoy que encontraste el camino de la luz. Descansa en paz.