Algo está roto en una sociedad que, lejos de aclamar a sus mejores exponentes deportivos, se empecina en hallar motivos para desacreditarlos: Canelo es una mentira, Chicharito que se retire, Ochoa ya hasta descendió, al Chucky se le subió, no hablen de Lainez porque lo van a hacer diva como a los demás, Alexa Moreno ni parece gimnasta, Herrera sólo porque juega en Portugal, Layún regresó porque nadie lo quería, Vela mete goles porque juega en Estados Unidos, qué ha ganado Checo Pérez, los atletas mexicanos van a Olímpicos de vacaciones, Aguirre sólo porque dirige en Egipto…
Mucho más desgastante que reconocer el esfuerzo ajeno, es emplear toda nuestra energía en criticar…, y así nos va: en vez de inspirarnos, motivarnos, reflejarnos, vemos pasar la vida ninguneando,. Acaso en ese tacharlos como bola de fracasados, muchos justifican su propia inmovilidad, su renuencia a siquiera intentarlo, su maestría que sólo ha de ser en el arte del desdén más sofístico (no por sabiduría, sino por conseguirse desde el sofá).
Por supuesto que el patriotismo no tiene porque convertirse en una venda cegadora y siempre será idóneo complementarlo con un análisis frío. Sin embargo, mientras que en el resto del mundo se sustituye la falta de conocimientos con el entusiasmo que despierta ver en la élite a alguien con quien compartimos algo (nacionalidad, cultura, religión, anhelos), en México es a la inversa: que un deportista cargue con nuestro mismo pasaporte es motivo automático de sospecha, señal inequívoca de que no puede ser tan bueno, de que una fuerza oculta lo está beneficiando.
Si Saúl Álvarez firmó el mejor contrato deportivo del que exista registro en el mundo, fue porque quienes se lo ofrecieron están convencidos de que pagarle esa descomunal cifra les va a redituar. A partir de ahí, va enfrentando a quien le programen y poca culpa tiene de que no exista demasiada tela de donde cortar en el universo de los puños. Incluso si su estilo boxístico es más o menos arriesgado, si abunda o escatima en arrojo, si corresponde o no a determinada escuela, si tiene mucho o nada que recuerde al ídolo paradigmático que es JC Chávez, su misión es ganar cada que sube al ring.
Sucede que siempre hay algo que reprocharle, mucho más que al resto de los deportistas mexicanos, aunque a los demás también se les critique por rutina.
No todo tiempo pasado fue mejor, pero al menos antes se veía a la estrella deportiva como ejemplo de lo que de niños quisimos ser y no pudimos, cumplíamos de alguna forma nuestros sueños en los de ellos.
Hoy, descartado el sueño propio, ninguno ha de ser. Que se fastidien todos. ¿A quién se creen que le han ganado?
Twitter/albertolati