Esta semana, el chofer del periodista Héctor de Mauleón disparó su nueve milímetros contra dos sujetos que intentaban robarle el coche a mano armada. Uno murió, el otro quedó herido en el piso. El incidente nos recordó dos cosas.
La primera es que la violencia que vive esta ciudad no es nueva. En efecto, el deterioro de la seguridad empezó con la administración anterior, cuando se nos empezaron a hacer comunes nombres como Unión de Tepito o Cártel de Tláhuac y las noticias sobre asaltos, secuestros, extorsiones, tiroteos, cadáveres descuartizados y, claro, sobre el cáncer del cobro por “protección”, que negaron una y otra vez las autoridades pasadas, hasta que hubo metástasis. Héctor documentó esa realidad abrumadora en su columna diaria de El Universal, y pagó el precio: amenazas de muerte.
Pero el incidente nos recuerda también que la violencia, lejos de haberse revertido, ha empeorado: vivimos, sí, el mes más violento. Mi opinión sobre el Gobierno chilango es muy distinta a mi opinión sobre el federal.
Creo que la administración de Claudia Sheinbaum, con todos sus defectos, incluye un puñado grande de personas capacitadas, y no creo que, a diferencia de lo que pasa en el terreno federal, haya indicios graves de corrupción y nepotismo. Creo que hay respeto al conocimiento, y que no se usa sistemáticamente la estridencia para tapar la incompetencia. Y creo que hay iniciativas encomiables que tienen asimismo que ver con la seguridad pública, como la digitalización de datos.
Pero es un hecho que la violencia se dispara. Lo del chofer de Héctor fue un intento de asalto en la colonia Condesa, a plena luz del día. Ese mismo día murieron dos personas más a tiros y vimos a una patrulla o no intervenir o de plano escoltar a los sujetos armados que secuestraban a un comerciante.
¿Funcionarán los planes a largo plazo del gobierno de la ciudad?, ¿influirán la presencia de funcionarios honestos, la organización de datos, la purga de elementos corruptos?, ¿ayudará la Guardia Nacional cuando llegue el momento? Es posible y deseable. Pero no será pronto, y la violencia requiere respuestas inmediatas. Porque está muriendo gente, porque tenemos miedo y porque eso impacta en todos los otros terrenos de convivencia, en la economía para empezar.
Héctor escribió La ciudad oculta, un libro magnífico sobre la historia de nuestras calles y costumbres. Su columna podría llamarse, melancólicamente, La ciudad que se nos va. No parece que vaya a escribir pronto el último capítulo.