El presidente dejó de escuchar. Los expertos son ignorantes, la oposición es corrupta y la prensa es embustera. Pero él ya no necesita oídos. Está convencido de que, como en una fábula adolescente, todo saldrá bien por la pureza de sus razones y la tenacidad del idealista.

 

El presidente charla con el Secretario de Hacienda antes de la mañanera. Este le dice: “Señor, la economía mundial se desacelera y nuestras políticas internas han afectado la inversión física, la producción industrial, la proyección de crecimiento y la confianza de los consumidores. Debemos ser prudentes con nuestros anuncios”. Enterado, el presidente asiente y pasa al micrófono: “¡La economía va requetebien!”, dice con una sonrisota.

 

El presidente piensa que el Nuevo Aeropuerto es algo siniestro. Tiene una corazonada. No importa que vaya al 35 % o que sea una obra más que necesaria, la intuición siempre es mejor que la evidencia. Cancelarlo es quemar recursos y credibilidad, pero ese es lenguaje de alguien lejano al pueblo. Él prometió que se comería unos de sus pies, y se lo va a comer. Prefiere eso a admitir que es una mala idea.

 

Al presidente no le gustan los periodistas. La gente con criterio propio siempre le ha parecido vulgar y ambiciosa. Lo que sí le gusta es culparlos de esparcir malos augurios o cuestionar a su glorioso régimen. Además, necesita un enemigo para que sus palabras tengan sentido. ¿De qué otro modo podría contar una historia de buenos-contra-malos?

 

El presidente considera que las fuerzas armadas deben tener un rol cada vez mayor en la vida nacional. Deben, según él, ser vigilantes sociales omnipresentes pero también constructores de aeropuertos, combatientes del sargazo y cuidadores de ductos. Pero la línea comienza a ser más delgada: ¿el civil ordena al soldado o el soldado al civil?

 

El presidente quiere, a manera de regalo a sus paisanos, edificar una nueva refinería en Tabasco. Sin embargo, los malvados neoliberales del sector energético la consideran carísima, anticuada y contaminante. ¡Pamplinas! El jefe del Estado no está para debatir con sabelotodos: él prometió una refinería y se hará con ellos, sin ellos o a pesar de ellos. Al fin y al cabo, el gobierno tiene mucho dinero. Y él es el gobierno. Todo saldrá excelente.

 

El presidente ve en los datos una violencia creciente, pero su sagacidad de zorro le dice que esas cifras son elaboradas por los conservadores. No caerá en la trampa. Él está convencido que la inseguridad baja y tiene pruebas: no han asaltado ni secuestrado a él o a su familia. Y como él es el espejo del pueblo, lo lógico es que los demás estén bien. Los datos y la evidencia son conceptos neoliberales y es de mala suerte tomarlos en cuenta. No más.

 

El presidente se prepara para dormir. Ha sido un día de mucho trabajo patriota y antineoliberal. Tras ponerse la pijama presidencial, se enfunda en la cama. Antes de cerrar los ojos, apila en su espalda una segunda almohada presidencial para hacer unas anotaciones: “Sí merezco la gloria; sí merezco la gloria; sí merezco la gloria…”

 

 

@AlonsoTamez