“El precio de ser capaz de crecer (la democracia hacia nuevas áreas de la vida en sociedad), fue el riesgo de sucumbir a golpes de estado, levantamientos armados y al colapso. La posibilidad real de un fracaso democrático fue una de las condiciones previas para el éxito democrático”. A lo que David Runciman, profesor de Política en Cambridge, se refiere en este extracto de su libro “Cómo acaba la democracia” (Profile, 2018), es a que en la segunda mitad del siglo XX, el miedo a la guerra y a las dictaduras reafirmaron el consenso democrático en varias regiones; y eso, con el tiempo, ayudó a esparcir la democracia hacia otras partes.
Por ejemplo, en 1977, 62 países eran “autocracias”; 25 “democracias”; y 13 “regímenes mixtos” con rasgos autoritarios pero con ciertas libertades civiles (como México en ese momento). Para 2017, solo 13 eran “autocracias”; 57 “democracias” (incluyendo México); pero 28 eran “regímenes mixtos” (Pew Research, 2019). En otras palabras, con el crecimiento de los “mixtos”, distinguir la democracia de la autocracia se ha vuelto más difícil.
Y más que una muerte caótica, violenta y espectacular de la democracia, esa sutil neblina es una las principales preocupaciones que Runciman aborda en el libro: “Cuanto más se da por sentado a la democracia, más posibilidades hay de subvertirla sin tener que derrocarla (vía, por ejemplo, un disruptivo golpe de Estado). En particular, el ‘engrandecimiento del Ejecutivo’ –cuando un ‘hombre fuerte’ martilla poco a poco la democracia, mientras la alaba en el discurso– parece ser la mayor amenaza para la democracia en el siglo XXI”.
El concepto de “engrandecimiento del Ejecutivo” que menciona Runciman viene de Nancy Bermeo, académica de Princeton. Ella explica que este “ocurre cuando los Ejecutivos debilitan los controles sobre su poder uno por uno… El desmontaje de las instituciones (del Estado o las fuerzas opositoras) que podrían desafiar al Ejecutivo se realiza… a menudo utilizando asambleas constitucionales o referéndums” (Revista de Democracia, vol. 27, núm. 1, 2016). Porque disfraza intenciones autoritarias de democracia, y se aprovecha de esta, es que el “engrandecimiento del Ejecutivo” es muy difícil de ver de manera inmediata.
Coincido con Runciman y Bermeo sobre el peligro de este fenómeno. Y en el caso de México, debemos estar muy atentos a esos pequeños martillazos disfrazados de medidas justicieras que ya ha dado nuestro titular del Ejecutivo, como el memorándum ilegal sobre la pasada Reforma Educativa; el acoso al diario Reforma; la eliminación o el golpeteo, respectivamente hablando, a entidades autónomas como el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) y la Comisión Reguladora de Energía (CRE); “consultas” que son más simulaciones que verdadera democracia; y el darle a las fuerzas armadas un rol cada vez mayor vía la Guardia Nacional y el proyecto del Aeropuerto de Santa Lucía.
@AlonsoTamez