Existe la Ley de Murphy en el futbol: que justo quienes, por política, se pretende que no se enfrenten, se terminen por siempre encontrar; que si se asigna una sede en la que poquísimos futbolistas no pueden entrar, a ese preciso jugador ahí le toque actuar.
Para el primero de los casos no hay remedio y así han sido rivales Estados Unidos e Irán en 1998, Argentina e Inglaterra a poco de la guerra en Islas Malvinas, Yugoslavia y la URSS justo tras la ruptura entre los camaradas Tito y Stalin, o, recientemente en Rusia 2018, Serbia y la Suiza llena de estrellas albanokosovares. Para el segundo sí lo hay y ha de ser tajante: condicionar toda sede que se otorga, a que el país anfitrión no sólo permita el acceso a quien por méritos deportivos ahí se gane jugar, sino que garantice su seguridad.
Por poner un ejemplo, en el dossier qatarí para el Mundial 2022 se incluyó la certeza de que si la selección israelí se clasifica, será bienvenida en Doha. Lo mismo Qatar se coronó campeón de Asia este año, anotando goles en Emiratos enemigos de su gobierno.
Sin embargo, la UEFA que tan experimentada habría de estar en estos temas, no pensó que hubiera problema al asignar la final de esta Europa League a Bakú, capital azerbaiyana. O si lo pensó, le restó importancia autopersuadiéndose de que apenas hay un jugador armenio de élite –el ofensivo del Arsenal, Henrikh Mikhitaryan– y que las posibilidades de que justo él accediera a la final, eran mínimas. Pues bien, menos célebre que Mikhitaryan resultan Aras Ozbiliz, quien pudo llegar con el Besiktas, o Sargis Adamyan, en idéntica situación con el Hoffenheim.
Por si eso no les frenó al dar la sede, debieron reaccionar meses atrás, cuando en este mismo torneo al propio Mikhitaryan le privaron de visitar al club Qarabag Agdam en la misma Bakú. Algo que no sucedió. Aparentemente, ni se enteraron.
Desde que la URSS se disolvía y quedaba claro un nuevo trazado de fronteras, Azerbaiyán y Armenia iniciaron la disputa del territorio de Nagorno-Karabaj. Casi treinta años en los que ese pedazo de mapa no pertenece a nadie y las dos naciones se mantienen enemistadas.
Como resultado futbolístico, el club Qarabag Agdam reivindica a esa ciudad de Agdam deshabitada en cuanto inició el conflicto, refugiados reasentados en Bakú. Como respuesta del otro frente surgió el FC Artsakh, portando el nombre que los armenios dan a Nagorno-Karabaj.
Mikhitaryan jugando en Bakú pudo representar el primer puente entre estos vecinos. Todo lo contrario, el crack armenio fue convertido en nuevo proyectil. Otra razón, por si hicieran falta más, para el rencor en el Cáucaso.
Twitter/albertolati