No todos los logros del deporte son medibles en términos de goles o medallas. De hecho, sus principales conquistas, esas de las que de verdad podemos estar orgullosos, suelen estar lejos de los grandes estadios o multitudinarias tribunas.

Tomemos como ejemplo a Andy Ruiz, tan celebrado como primer mexicano campeón mundial de los pesados, como para que muchos no reparen en algo incluso más relevante que el haber sido el primer boxeador de nuestro país que trasciende esa barrera: no haber caído en las posibilidades de pandillas, vicios y una vida fuera de la ley, tan factibles en donde se crio en la frontera.

Su padre mismo ha reiterado lo complicado que fue sacarlo de ese contexto y cómo el deporte cumplió con su rol de rehabilitador social, cuando muchos de sus allegados lo dieron por perdido. En la medida en que seamos capaces de entender a nuestro deporte (y su necesidad, y su magia, y sus alcances) a partir de eso y no meramente de hazañas que ponen a unos cuantos individuos en un podio, lo cuidaremos y promoveremos como amerita.

Por supuesto, es posible eso último y a la vez continuarse emocionando –si se gusta, hasta las lágrimas– con la enésima medalla de María del Rosario Espinoza, y con los cantos a Raúl Alonso Jiménez en Inglaterra, y con Andy Ruiz celebrando en el cuadrilátero bajo el arropo de una bandera mexicana.

Sin embargo, todo plan de desarrollo deportivo sería simplista si apenas pensara en el medallero de los siguientes Olímpicos o en la cantidad de deportistas destacados a los que impulsará a la cima. Con Andy Ruiz se conjugan las dos variantes: tanto campeón del mundo como sobreviviente de las tentaciones de criminalidad.

¿Por qué el deporte como herramienta? Por ser el lenguaje que a menudo hablan todos los adolescentes y jóvenes, tanto quienes pueden caer en malos pasos como quienes lucen menos proclives a ellos. Porque permite al niño ser tal, jugar como tal y soñar como tal. Por llevar implícitos valores de sacrificio, disciplina, solidaridad, esfuerzo, superación, meritocracia, autoestima, trabajo en equipo, cuidado del cuerpo, respeto a unas reglas. Todos ellos, valores reflejados a cabalidad en ese boxeador del que se burlaban por su apariencia física y que hoy acapara encabezados de cualquier confín del planeta.

Ya si de paso el deporte nos ayuda a resolver la pandemia de obesidad infantil y a sacar a un buen porcentaje de la población de adicciones, entonces es una medicina con propiedades milagrosas.

Vean a Andy si no lo creen. Ese Andy que, por compañías e influencias, parecía destinado a lo peor. Ese Andy que no es el único.

Twitter/albertolati

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