Suelo discutir sobre las perspectivas de nuestro país con dos queridos amigos que votaron por AMLO. Aunque son crecientemente críticos, se mantienen en dos posiciones muy comunes. Una es que las cosas no estaban mejor con las administraciones anteriores. La otra es que es pronto para asegurar que México va a terminar en un desastre.
No abundo en lo primero. Diré prudentemente que no hay señales de que resuelvan los graves problemas que en efecto padecemos desde hace mucho: hay indicios de corrupción en unas cuantas figuras de la 4T, la violencia no hace sino crecer…
En cuanto a las perspectivas de futuro, le doy la razón a mis cuates siempre que partamos de un categórico pesimismo. La 4T no ha dado solución a los problemas sustanciales, pero sí ha dejado destrozos en ámbitos que si no funcionaban idealmente, daban resultados mucho mejores que los del semestre del obradorismo gobernante. Uno es el de la salud pública, machacada con recortes injustificables y burocracia. Otro, la economía. Todos los indicadores van en declive, por mucho “otrodateo” que ponga en juego el régimen. Esta semana, dos calificadoras, Fitch y Moody’s, volvieron a bajar la calificación de México, por la necedad de Pemex, que va a arrastrar a la economía entera, y en general por las políticas del Presidente, que ahuyentan la inversión. Sí: Texcoco. Sí: la política energética en general. Por si fuera poco, la calificación no contempla la aplicación de aranceles. Lo que sigue es la recesión.
Cosa que nos recuerda el otro tema de la semana: los negociadores que se fueron a tocar puertas a los Estados Unidos. Trump es un sociópata en campaña, y la 4T no es responsable por su pulsión destructiva. Pero de la carta del Presidente que quiere ser su amigo, al bullying que decidimos aguantar cuando sabemos que Trump justamente se dedica a detectar vulnerabilidades y no puedes arrugarte así, al “think thanks”, el Gobierno denota una falta de capacidad que asusta. Perdón: el contraste con el trabajo de Guajardo y Videgaray es escandaloso.
En realidad, el país está enfermo de certezas: lo de Pemex, o lo de que la mejor política exterior es una buena política interior, subrayada con el despropósito de no ir al G20, pero mandar ¡una carta! Ya caliente, uno de mis amigos dijo que me apostaba una cena a que el sexenio terminaba con mejores resultados que el anterior. Es posible, pero implica ver al Presidente haciendo justo lo contrario de lo que ha hecho hasta ahora. No tomo la apuesta. No soy tan gandalla.