1) Decía Alfredo Pérez Rubalcaba, exvicepresidente español y uno de los artífices del triunfo de la democracia sobre el terrorismo de ETA, que en política no se está para estar, sino que se está para servir. La política como medio y no como fin. Esto pareciera obvio pero no lo es: la política, como una lucha por hacerse escuchar, suele atraer individuos cuya finalidad es ganar estatus y no cambiar la realidad. Cómo escribió el teórico político Kenneth Minogue: quién se dedica a la política, persigue una idea de su propia inmortalidad, cosa no necesariamente mala. Así que, ¿cómo distinguir a un individuo con verdadera vocación política, de un oportunista? Con antelación, no podemos; es algo que solo podemos definir en retrospectiva. Ese es el problema. La política, en su primer contacto, es un acto de fe.
2) Mezclar a personas de distintos orígenes en diversos contextos sociales, a la larga, fortalece la democracia. Si bien la historia nos ha enseñado que la integración genera fricciones iniciales, generaciones subsecuentes toleran (y resignifican) las divergencias mejor que sus antepasados, al tiempo que estas se van sustituyendo por un nuevo “común”. Combinar, pues, orilla a la gente a actuar políticamente, ya que las alternativas son violencia o muerte prematura. Por lo mismo, las políticas públicas a largo plazo deben contemplar la integración inducida de distintos estratos en dinámicas multitudinarias como el transporte público, la educación y la recreación, sobre todo en países tan desiguales como México, donde a muchos, que en realidad son los pocos, les molesta recordar que existe el otro.
3) Acumular conocimientos es necesario para mejorar la vida de las personas. Esta verdad es tan evidente que se admite a sí misma, y su propio peso revela por qué las personas excesivamente ignorantes o que desdeñan la evidencia por razones electorales, son un problema para la política. En el caso de las primeras, una persona ignorante casi nunca tiene la culpa de serlo. Son, generalmente, los dejados a su suerte por el Estado. Los segundos, sin embargo, saben conscientemente lo que están haciendo, y prosiguen aún cuando creen en el axioma “información=progreso”. ¿Qué hacer? Los demagogos no van a desaparecer, pero sus audiencias sí irán cambiando conforme a los nuevos miedos. Hoy no creemos que los demagogos sean peligros realmente mortales porque ya olvidamos que casi destruyen la mitad del mundo hace unas décadas. El riesgo es que para vacunar a las nuevas generaciones contra el atractivo del demagogo hípermediatizado, necesitemos de otra tragedia. Pareciera una paradoja pero no lo es: nada corrige mejor que un error fresco.
@AlonsoTamez
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