Se ponen cada vez más delirantes las especulaciones sobre quién está detrás de los refugiados que se acumulan en la frontera sur de México. Las dudas, las incógnitas y hasta las teorías de la conspiración en torno al, sin duda, candente tema empiezan a inundar Internet, incluso aquí, en Europa.
No es nada nuevo. La gente siempre ha sentido pulsiones que la han llevado a urdir tramas diversas. El objetivo: la necesidad de encontrar explicaciones de sucesos cuyas causas aparecen como un misterio envuelto en un enigma. Se trata de sucesos relevantes, de ésos que sacuden a la opinión pública y a la clase política. Y hablando de política, se acerca a pasos agigantados la campaña electoral en Estados Unidos, mientras tanto Rusia y China hacen frente común contra el dominio económico de Washington. Se pone cada vez inquietante el panorama geopolítico.
Alguien podrá preguntar: ¿y eso qué tiene que ver con los migrantes? Todo está íntimamente ligado. Si alguien lo duda, que analice el terremoto político que ocasionó la llegada masiva de refugiados a Europa en 2015.
Escucho a diestra y siniestra que las oleadas de migrantes centroamericanos que se dirigen a Estados Unidos no son más que “misiles” humanos teleguiados por la llamada fracción globalista, bajo la batuta del magnate George Soros, para desestabilizar al bando rival, a los nacionalpopulistas pro Donald Trump. Lo escucho hasta el cansancio a mi alrededor.
En lo que franceses, suecos o alemanes intercambian puntos de vista alrededor de una mesa repleta de bebidas de alto voltaje y mirando de reojo algún partido del Mundial de futbol femenino, en otra parte del mundo, en El Salvador, Guatemala y Honduras, los que están decididos a emigrar tienen la mirada puesta en la Unión Europea.
Normal, tomando en cuenta la drástica política migratoria en Estados Unidos, las constantes amenazas de Trump de cerrar la frontera y reducir de manera radical las peticiones de asilo.
Leo en The New York Times la conversación con María, una mujer salvadoreña que tomó la decisión de huir de su país al ver cómo un grupo de sicarios asesinaba a sangre fría a varios vendedores en el mercado donde hacía sus compras. “Sería un disparate lanzarse ahora rumbo a Estados Unidos, con todo lo que pasa ahí”- dice María.
Su hijo mayor lleva varios años viviendo en Bruselas. Le pidió que moviera sus contactos y le ayudara a rellenar los papeles. Con una visa de turista viajó a Bélgica. No sola, con su marido, su hija y su hijo menor. Días después los cuatro solicitaron asilo en Bruselas.
La llegada de refugiados centroamericanos al Viejo Continente aumenta a un ritmo vertiginoso. España es el primer destino europeo; ahí el número de exiliados centroamericanos (sumado al de los venezolanos) se ha multiplicado por 15 en los últimos ocho años. Se desplazan también a Bélgica, Alemania, Francia, en fin, donde se pueda. Venden todas sus pertenencias, compran un boleto de avión y cruzan el charco, sin mirar hacia atrás. De momento hay que olvidar los Estados Unidos. Ahí la cosa se ha vuelto dura, demasiado dura. Europa aparece como el plan “B”.