“Un problema serio que tienen la Ciudad de México y Zona Metropolitana no es la mala calidad del aire, pues eso se puede controlar con medidas muy específicas; es el crecimiento continuo y desmedido de la metrópoli, y este fenómeno se presenta con mayor fuerza en los municipios conurbados del Estado de México. Hay un arrasamiento de los recursos naturales por los violentos cambios de uso de suelo”, me comentó en una entrevista reciente el Premio Nobel de Química, Mario Molina.
Sin duda, el científico mexicano tiene la razón, y lo que hoy vemos es una expansión urbana que incide severamente en el acelerado deterioro de los ecosistemas. A menor superficie vegetal, menos recarga del acuífero, menos captura de carbono y mayor degradación de los servicios ambientales que brindan los bosques.
Especialistas de la Universidad Autónoma de Chapingo aseguran que el Estado de México, la Ciudad de México, Tlaxcala y Michoacán son las entidades más afectadas por la erosión de suelo, en el que interviene con mayor presencia la actividad del hombre.
De acuerdo a la Procuraduría Ambiental y del Ordenamiento Territorial (PAOT), el crecimiento de la mancha urbana ha provocado una deforestación estimada en 240 hectáreas por año. Para la ONU esta metrópoli es la cuarta más grande a nivel mundial y la más poblada del continente americano, con más de 24 millones de habitantes.
Barrancas, suelo de conservación y la superficie vegetal de bosques han sido afectados por asentamientos irregulares, por la tala clandestina, robo de tierra y por la falta de controles de las autoridades locales. Corrupción e impunidad han sido las constantes en los violentos cambios de uso de suelo.
Aún en el Congreso de la Ciudad de México se encuentra congelada la creación del Instituto de Planeación Democrática y Prospectiva, el cual se encargará de elaborar el Plan General de Desarrollo de la Ciudad y el Programa de Ordenamiento Territorial. Supuestamente este instituto debería entrar en funciones el 1 de julio próximo, pero se aplazó hasta el 5 de diciembre de este año. Por diversas cuestiones políticas la planeación urbana, que tanta falta hace, seguirá demorada con sus consecuentes impactos.
Mientras, como especie de paliativo, las autoridades del gobierno capitalino anunciaron a fines de mayo pasado que, a partir de este mes de junio y hasta noviembre de 2020, se reforestarán con 10 millones de árboles y plantas las áreas de valor ambiental y camellones, con el objetivo de recuperar a la biodiversidad de la ciudad. Falta ver de qué viveros saldrán los millones de individuos.
Pero tal vez los expertos nos deberían de explicar si con los suelos erosionados como los hay en camellones y superficies con vocación ambiental, esta millonada de individuos podrá sobrevivir. Tenemos otro efecto del cambio climático. Pero por qué no atacar primero la erosión, recuperar suelos y luego impulsar esta gran reforestación. Cada año se anuncian grandes campañas de reforestación, pero pocas veces se habla de programas de recuperación de suelos o de conservar lo que queda de suelo boscoso. El costo de esta reforestación no es nada menor; ya se tienen presupuestados 440 millones de pesos.
Los costos socioambientales son muy altos por la falta de aplicación de las normas y por instrumentos de planeación, hasta ahora desarticulados.