La culpa es de Florentino Pérez que habituó a la afición merengue a que lo podía todo, a que no había fichaje imposible, a que una alineación como la de los años cincuenta (Di Stéfano, Puskas, Kopa, Gento, incluso Didi que tan poco duró y brilló en Madrid) era posible en épocas contemporáneas.
Porque tienen que existir muchos antecedentes de omnipotencia e insaciabilidad, para que en plena presentación de un crack top-5 mundial como Eden Hazard, se haya desatado un coro exigiendo que el que llegue sea Kylian Mbappé.
Así fue el primer Real Madrid de Florentino. Ese que a cada verano hacía comprable lo incomprable. Empezó en julio de 2000, cuando el magnate de la construcción logró ganar la presidencia tras utilizar al mayor crack del Barcelona, Luis Figo, como arma electoral: “lo traigo si votan por mí”, fue su consigna, y semanas después lo trajo, doble golpe: fortalecerse y debilitar al acérrimo rival.
Ese mismo que en 2001 convenció a la Juventus de venderle a Zinedine Zidane, previo envío al francés de una servilleta con el texto, “¿Te gustaría jugar en el Madrid?”. Ese que en 2002 se subió a un yate con Massimo Moratti, a suplicarle que le traspasara al astro al que quería como a un hijo y al que acompañó en dos años de lesiones; Moratti contaba con todo menos con que Ronaldo, recién resucitado en Corea-Japón, ya estaba coludido y dispuesto a forzar su salida hacia Madrid. Ese Florentino que en 2003 declaró que Never, never, never, never, never, never, never (sí, siete veces nunca), ficharía a David Beckham; acto seguido, el United alcanzó un acuerdo con el Barcelona y el futbolista más mediático del planeta rechazó la transferencia, dando entrada a un Madrid que había convertido a todos en peones de la operación Becks.
Florentino dejaría la presidencia en 2006 y al volver en 2009 sería con dos balones de oro bajo la mano: Cristiano Ronaldo y Kaká, sin que importara tanto que al primero lo había amarrado su antecesor, Ramón Calderón. Lo relevante era volver a notar sus poderes especiales para atraer súper estrellas…, poderes de a poco diluidos.
Gareth Bale pretendió venderse como top-3 y ni con cuatro Champions ganadas se irá siendo visto como top-15. James Rodríguez tuvo gran impacto por el Mundial que había hecho en 2014, mas no se acercó a ese podio.
Con Eden Hazard, aspirante siempre a Balón de Oro, regresa el viejo estilo Florentino, aunque con tan mala suerte que en plena presentación le exigieron a Kylian Mbappé.
La realidad es que el futbol actual le ofrece mayores resistencias que el anterior: antes lidiaba con privados, hoy lo hace con Estados millonarios; no es lo mismo conspirar para que un magnate promedio venda, a hacerlo para que un Emir, que encuentra en el deporte su brazo suave de poder, se desprenda de ese juguete que suaviza el posicionamiento geopolítico de su régimen.
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