En marzo de 1933, Alemania agonizaba. Intentaba salir del caos económico en el que se encontraba después de que fuera la que tuvo que pagar las consecuencias de la derrota de la Primera Guerra Mundial.
El dinero apenas circulaba y el desempleo se disparó. Adolfo Hitler se presentó a aquellas elecciones en las que prometió que sacaría a Alemania de aquel marasmo. Los alemanes se lamían las heridas de la Primera Gran Guerra.
Hitler consiguió una victoria aplastante con 17 millones de votos, muy por encima del segundo partido -el SPD-, el cual obtuvo siete millones. No cabía un resquicio de duda en esa victoria. Sus mensajes populistas, pero efectivos calaron en un electorado que estaba harto de que Alemania no lograra sacar la cabeza del agujero. Tampoco podía imaginarse que años más tarde tendrían que volver a pagar los platos rotos cuando perdieron la Segunda Guerra Mundial. De nuevo, Adolfo Hitler volvería a ser el triste protagonista.
El nazismo populista de Hitler dejó millones de muertos y una Europa enfrentada y hundida.
Esta semana varios políticos de Ciudadanos, un partido de centro-derecha español, se han dado de baja de la fuerza política. Creen que es inadmisible que su formación política mantenga acuerdos con VOX, un partido político de extrema derecha que guarda muy buenas relaciones con los partidos ultraderechistas europeos.
Existe una Europa cansada de los “falsos” políticos, de servidores públicos que sólo miran por ellos, de economías atascadas y de índices de desempleo elevados. Ante ello se levantaron muchos partidos de extrema derecha en Europa que tienen cada vez mayor presencia.
En Francia, el Frente Nacional de Marine Le Pen le hace cada vez más sombra al gobierno de Emmanuel Macron. La Hungría de Viktor Orbán es cada vez más reaccionaria con los inmigrantes. Lo mismo le ocurre a Polonia. Pero en ambos casos cada vez les vota más gente, y tienen una mayor aceptación popular.
En Holanda y Bélgica, los partidos de extrema derecha tienen cada vez mayor número de adeptos. Y así se podrían ir desgranando muchos más países de Europa que buscan tener presencia en el mapa electoral europeo.
Si Europa no vuelve a los valores de siempre, si no reactiva su economía maltrecha, si la unión de Europa no es realmente efectiva, podríamos encontrarnos con un semillero de votos para la extrema derecha, algo parecido a lo que ocurrió en Alemania en 1933.
También nos encontraremos con una Europa desunida con la posibilidad de una separación total.
No hay tiempo que perder. El fantasma del populismo camina a gran velocidad. Frenarlo es un asunto de seguridad. Pero depende de nosotros.