Si las redes sociales tronaban repletas de memes y comentarios, me imagino las correderas en Palacio Nacional por la renuncia de Carlos Urzúa, hasta hace algunas horas Secretario de Hacienda y Crédito Público, por oficio uno de los más cercanos colaboradores del Presidente López Obrador.
A las 11:15 de la mañana, el doctor Urzúa Macías colocó su breve y contundente renuncia en Twitter. Me puse en sus zapatos y pensé primero en la forma, que en estos casos ya sabemos es fondo: ¿cómo estará la relación con Andrés Manuel para escribirle esas terminantes líneas?
El vínculo entre jefe y subordinado debió haber sido bueno para alcanzar la posición que manda sobre el gasto de este país; no le sueltas la chequera a cualquiera. Por otro lado, la relación tiene que haber terminado muy mal para que te boten el changarro el mismo día. La renuncia fue irrevocable.
¿De qué tamaño fue el agravio? Porque no importó la amistad, si es que la hubo; el tamaño del puesto, que no se desdeña fácilmente; los efectos sobre la carrera profesional y futuras posiciones en este gobierno; la popularidad y el capital político afectado del jefe, incluso las posibles implicaciones financieras. “Muchas gracias por el privilegio de haber podido servir a México” remata la renuncia, que agradece sin agradecer.
¿Será por malagradecido? No me lo parece porque la dimisión de Carlos Urzúa, aunque sin la catarsis de Germán Martínez, deja el mismo tufo: me voy porque no escuchas y porque hay mano negra. Dejo el encargo porque no estoy de acuerdos con tus decisiones ni con tu proyecto. No me quedo ni un día más porque no valoras la capacidad técnica que me habilita para el puesto. Renuncio porque las cosas no están bien y tampoco estimo que vayan a mejorar. Se me hace que yo también me iba.
El tema personal/laboral no es el centro del asunto. La comunicación del exsecretario es el signo visible que remite a lo sustancial. Importante son los problemas en el equipo con “funcionarios que no tienen conocimiento de la Hacienda Pública”. Medular es la denuncia de “personajes influyentes del actual gobierno con un patente conflicto de interés” (¿eso no es corrupción?). Lo que aterra son las “decisiones de política pública sin el suficiente sustento” más cuando quien lo denuncia es ¡el Secretario de Hacienda! Exsecretario, pues.
Naturalmente preocupan las implicaciones de la renuncia porque el mensaje lo que menos ofrece es certidumbre. ¿A dónde vamos? Me pregunto calzando ahora un cuestionamiento ciudadano.
TFA