¿Qué se proyecta desde el deporte? ¿Qué nos inspira desde las canchas? ¿Qué mensaje debe permear hacia cada palmo de la sociedad? Años atrás, hablando al respecto con el expresidente polaco y Nobel de la Paz, Lech Walesa, me detallaba una clave: “el deporte es un ejemplo para evitar la discriminación porque hay reglas iguales para todos; es la primera institución en la que se evitan divisiones y separaciones como el racismo. El deporte me gusta porque anticipa la globalización: muestra que todos en el mundo podemos tener los mismos derechos”.
Por ejemplo, por aplicar el deporte a la muy reiterada alusión del papa Francisco a la cultura del descarte: bajo reglas idénticas no habría de existir ese descarte, a menos que sean determinadas condiciones físicas que de origen propicien o inhiban el practicar cierta especialidad (estatura, peso, tamaño de extremidades, oxigenación, pulso cardíaco). El ideal ha de ser una genuina meritocracia en la que destaque quien haya sido más disciplinado, creativo y empeñoso, aunque tampoco nos engañaremos tan fácil olvidando la cantidad de muchachos que sí son descartados por no disponer de un contacto o conocido.
Traigo lo anterior a colación al pensar en las palabras de la capitana de la selección estadounidense, Megan Rapinoe, en una espléndida entrevista que le realizó Anderson Cooper en CNN: que el mensaje del presidente Trump excluye a muchas personas, que en su discurso no caben ni siquiera muchos de quienes han votado por él.
Un llamado no sólo a evitar discriminaciones y prejuicios, sino también a dejar atrás polarizaciones y narrativas de odio tan en boga en tiempos de estridencias en redes sociales, de personas que juzgan con base en quién hizo algo y no lo que hizo (lo que mata toda discusión constructiva), de luchas inacabables por ver quién grita más fuerte y ridículo, en los que no se piensa sino se cree.
En estricto principio, si en el deporte la exclusión no ha de acontecer, muchísimo menos en el futbol. Ahí donde ser chaparrito, ancho, de piernas más o menos cortas, virtuoso o tosco, no es limitación. Una actividad tan democrática e inclusiva que entre los mayores profetas del balón hallaremos biotipos tan diferentes como los del atlético Pelé, el regordete Maradona, el flacucho Cruyff, el falso lento Zidane, el minúsculo Messi, el poderoso Cristiano, el estético Beckenbauer, el tractor Ronaldo Nazario. Y es que pisando el césped, las reglas son las mismas, excluyendo en automático (valga la redundancia) la exclusión de la que habla Rapinoe al criticar a Trump.
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