Los hechos que a continuación se narran ocurrieron hace unos días en la Ciudad de México, en una de las zonas más transitadas del poniente de la capital. Muestran la descomposición de nuestras Policías y el estado de anarquía que se vive en esta urbe.

Como todos los días, Laura -a quien por motivos de seguridad hemos cambiado el nombre- salió de su trabajo, ubicado en las Lomas de Chapultepec para regresar a su casa en Ciudad Satélite. Ella es una joven recién egresada de la maestría en marketing, dedicada a su trabajo, a su familia y a construir una vida que apenas arranca.

Su camino a casa es el mismo todos los días. Bajó por Avenida Reforma para incorporarse al Periférico con rumbo al norte de la metrópoli. Momentos después, pasó por el túnel que cruza la Avenida de Las Palmas. Eran casi las siete de la noche, en una tarde en la que el tráfico habitual de esa hora hace más lenta la circulación vehicular.

Justo al salir de ese túnel, sobre el Periférico, un policía detuvo el auto que conducía Laura. El oficial explicó que una falta menor relacionada con una pieza del carro sería motivo para llevar el vehículo al corralón. Con un tono amenazante, disfrazado de una firmeza amable, los agentes explicaron que no había alternativa: tendría que ser removido en grúa.

Sin salir de su coche, estacionada en el extremo derecho del Periférico, justo enfrente a la calle Juan Vázquez de Mella (donde se encuentra la famosa Hacienda de Los Morales), Laura revisó en su teléfono el Reglamento de Tránsito, y constató que la falta que se le imputaba no era objeto de un traslado en grúa. Sin salir de su coche, ella mantuvo su postura.

Molesto, el policía se acercó más a la ventanilla, sacó su pistola de su cintura y la mostró a Laura. En pánico por la amenaza, su primera reacción fue abrir el seguro de la puerta, lo que fue aprovechado por un cómplice del agente, otro policía de tránsito, para ingresar al auto. Ya dentro del vehículo, sentado en el lugar del copiloto, explicó a Laura que no tenía salida. Ella se vio obligada a abrir su bolsa para entregar el dinero del que disponía, alrededor de dos mil pesos.

Si los hechos se hubieran quedado ahí, éste habría sido un caso más de abuso de autoridad. Pero no. Mientras el policía amenazaba a su víctima, se acercó a ella para tocarla en repetidas ocasiones y cometer así uno de los delitos más reprobables que una sociedad pueda conocer.

Laura nunca entendió qué pasó, por qué sucedieron las cosas. Humillada, aterrorizada y con el único deseo de encontrar refugio en su casa, quiso salir huyendo del lugar.

Antes de arrancar su auto, después de haber sido amenazada, asaltada y vejada por la autoridad capitalina, uno de los policías se acercó a ella para, sí, aunque usted no lo crea, entregarle su respectiva multa.

A unos días de lo ocurrido, Laura, como millones de capitalinos, no se explica por qué quienes deberían garantizar la seguridad se dedican a sembrar el pánico.

Segundo tercio. El INEGI establece en la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana que 84% de los capitalinos considera que, en términos de delincuencia, vivir en la CDMX es inseguro.

Tercer tercio. ¿Tendrá el gobierno capitalino otros datos?