Con lealtad puede gobernarse, pero sin ejercer el poder. Cuando la suma de los atributos arroja transformación, se realiza el quehacer político, pero cuando las virtudes, muchas o pocas, se muestran aisladas y no como una manera servir, en realidad tienen una función real muy relativa.

La situación actual de Veracruz exige de una entrega total que coincida con el compromiso y, sobre todo, con las expectativas de la población; sin embargo, cuando se gobierna con la anuencia del Presidente solamente, ésta se agota en el primer error. Y no son pocos los que han sucedido en la entidad.

Luego de una serie de saqueos, realizados por los gobernadores anteriores, la necesidad de actuar de manera contundente no sólo es una necesidad, sino una urgencia; sin embargo, la confianza puede ser un arma de dos filos, sobre todo si se utiliza como única herramienta de acción de la autoridad.

Los descalabros han sido muchos, si a esto agregamos la mala voluntad de los medios y las especulaciones de la oposición sobre el trabajo efectuado en Xalapa, encontramos que hay resultados negativos.

Desde el triunfo de Morena, los resentimientos se hicieron sentir en Veracruz y en México, pero estos bandazos fueron encontrando la bola para pegar de hit y parecen someter al cuadro del Gobierno estatal.

El mal tino para escoger a sus colaboradores cercanos, su dispersa atención en la selección de su gabinete, la manera indiferente de llevar a cabo su tarea, aun en los asuntos más urgentes.

El desgaste natural del poder se suma a una serie de respuestas poco afortunadas y de eventos poco comunes en la administración estatal.

Las respuestas a los cuestionamientos pudieron ser más acertadas; sin embargo, poco o nada pudo salvarse de su defensa ante las críticas de su trabajo. Una de las últimas aventuras en el discurso no aclaró puntualmente la acusación de nepotismo, lo que todavía tiene repercusiones en los medios, y a esto viene a sumarse la renuncia de Leopoldo Sánchez Cruz, a la Comisión Estatal de Energía, político con gran experiencia en la administración pública, quien, se dice, no aguantó más el congelamiento de la administración estatal, que no le otorgó nunca presupuesto, a pesar de que el entonces secretario de Economía se lo había prometido; ahora que el entonces secretario es senador, la promesa se olvidó.

El presupuesto para su área brilló por su ausencia en seis meses, donde ni computadoras, ni sillas estaban disponibles para su trabajo.

Cualquier petición la traían de un lado a otro, sin que nadie le resolviera ninguno de sus problemas ni solucionara sus necesidades.

Es decir, su nombramiento, lo mismo que su área, fueron fantasmas en la administración estatal de Veracruz, como si trataran de jugar con sus necesidades y paciencia. No hubo manera de que el Gobierno de Veracruz volteara a verlo; se sabe que no es la única área o entidad que así lleva a cabo su trabajo, sin presupuesto, sin salarios y sólo con la convicción de que se trabaja para la cuarta transformación como única recompensa.

Aquí el problema radica en que, con el reiterado apoyo del Presidente en lo personal, la permanencia del mandatario no sólo deteriora el Gobierno estatal, sino la política federal y retrasa, aún más, el rescate de la economía de la entidad.