Desde el viernes 12 de julio hasta el miércoles, la Ciudad de México ha registrado 15 sismos de baja magnitud (entre dos y tres grados) en las alcaldías Álvaro Obregón y Miguel Hidalgo. Obviamente por la frecuencia en que se han presentado se elevaron la inquietud y la psicosis en la población capitalina.
Y también la confusión ha empezado a reinar en especial en las zonas donde se han originado los microsismos, pues grupos vecinales atribuyen los movimientos del subsuelo a las obras de ampliación de la Línea 12 del Metro o por recientes desarrollos inmobiliarios. Cosa más falsa.
Está demostrado científicamente que dicho tipo de movimientos locales en esta metrópoli provienen por fallas geológicas y debido a los hundimientos de la urbe. Es decir, por fenómenos naturales y por la acción del hombre.
Debido a la morfología del Valle de México –que se ubica en la parte central de la Faja Volcánica Transmexicana- se manifiestan diversas rupturas del subsuelo por antiguas fallas y generan nuevos movimientos. Y esto ha ocurrido durante años. Y por eso tienen razón los expertos al decir que con los actuales microsismos no hay nada extraordinario ni atípico. Y tampoco la actividad del volcán Popocatépetl se encuentra asociada a los recientes movimientos.
Existen múltiples estudios en el Instituto de Geofísica de la UNAM que nos indican que existen fallas geológicas activas en el Valle de México, y por ello se tienen una gran cantidad de microsismos, pues se libera energía a diversas profundidades.
Geólogos e ingenieros hidráulicos han documentado en las últimas décadas que los suelos del Valle de México presentan hundimientos diferenciales, en promedio anual de 10 centímetros, y esto se debe a la excesiva extracción del agua del subsuelo (del acuífero se extrae 70% del vital líquido). Y esto sí resulta un grave problema del suelo, y el fenómeno es irreversible. Por eso se buscan con urgencia nuevas fuentes externas de abasto.
Vale recordar que la extracción del agua del subsuelo comenzó en la Ciudad de México en 1850, y esto ha generado diversas modificaciones al estado del suelo, según me lo explicó el geólogo Federico Mooser.
Ahora bien, al hundirse el suelo aparecen con mayor frecuencia socavones y grietas como las tenemos en la zonas centro y oriente de la metrópoli.
Sin duda se requieren más estudios del subsuelo, tal vez como lo que encargó a los geólogos e ingenieros de Pemex el entonces presidente Miguel de la Madrid después de los sismos de 1985, quienes diagnosticaron el subsuelo y determinaron que no había fallas de consideración que pusieran en grave riesgo a la ciudad ante un sismo de alta magnitud. Además, gracias a esos estudios se detectó el acuífero profundo (a más de dos kilómetros de la superficie), al cual se llegó en 2012 y hoy está sujeto a investigaciones para determinar su capacidad de almacenamiento de agua.
A reserva de lo que los expertos sigan aportando sobre la sismicidad en la Ciudad de México, no debemos olvidar que estos movimientos seguirán ocurriendo, y hasta ahora la ciencia no determina cuándo vendrá un temblor ni de cuánto será su magnitud.
Como sociedad debemos documentarnos más, estar mejor preparados ante los riesgos geológicos, evitar los rumores y racionalizar el consumo del agua.