La disputa por la presidencia de Morena hace recordar los mejores tiempos del PRD y sus disputas internas.

Cada vez que el PRD decidía el relevo de su presidente nacional, el partido se dividía en tribus que a su vez se subdividían en pequeños clanes.

El caso es que siempre, siempre, las elecciones de los presidentes del PRD terminaban en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación o en acuerdos oscuros que incluían el reparto de parcelas de poder.

Morena va para allá.

En principio, Morena sigue sin ser un partido, se mantiene como movimiento aglutinador, pero sin el orden jerárquico de los partidos políticos.

Su estructura en los estados no está conformada de la manera tradicional, sino que se basa en la fuerza del número, de los contingentes que puede sumar ya con prebendas, ya con promesas de poder para sus líderes.

Por eso el presidente nacional adquiere gran importancia.

Como es el caso ahora de Yeidckol Polevnsky, la señora se da el lujo de convocar, elaborar su propio censo de militantes, marcar la línea ideológica y satanizar a sus rivales internos, por la única razón de que dentro del partido no hay quien le haga sombra.

No hay contrapesos internos, pues.

La mayoría de los funcionarios de Morena son actores de palo; con voz –apenas audible-, pero sin fuerza para el voto.

Ésa fue la herencia que dejó López Obrador y que mantuvo Polevnsky para, dicen sus compañeros de partido, beneficio propio.

Pero no será eterno.

Ha comenzado la movilización para relevar a la hoy dirigente.

El candidato más fuerte sin duda es Mario Delgado, a quien se han sumado voces como la del gobernador de Tabasco y otras personalidades sin cargos en el partido.

Delgado parece haber detectado con certeza de qué pie cojea el movimiento.

Si el tema no se resuelve, es decir, si persisten las prácticas de masas, de un movimiento sin orden, Morena podría perder la mayoría que tiene en la Cámara de Diputados en la elección interna de 2021.

Porque como están las cosas en el país, ya no se puede confiar en el efecto López Obrador.

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La renuncia-despido del director del Coneval, Gonzalo Hernández Licona, generó tal cantidad de protestas que seguramente algún gobernador ya lo tiene en la mira para incorporarlo a su gabinete.

Y es que todos le reconocen al ex funcionario haber modificado en una década el perfil del Consejo, a tal grado que sus evaluaciones son referencia obligada para la toma de decisiones importantes no sólo a nivel gubernamental, sino de negocios.

Como sea, queda la sensación de que la salida de Hernández Licona fue una embestida más del Gobierno en turno hacia las instituciones que le resultan incómodas, como el INE o la Comisión Nacional de Derechos Humanos.

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No se conoce bien a bien el porcentaje de cifras de delitos maquillados en la CDMX por la administración anterior, según denunció la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum.

La práctica, fraudulenta por donde quiera que se vea, es una estrategia en varios estados.

Y está bien que se denuncie y que, si es el caso, se castigue.

Pero, para que no quede duda de la certeza de las acusaciones y no se interprete como un distractor o un justificante de que antes estábamos peor, la administración de Sheinbaum debe transparentar la denuncia, con nombres, cifras, datos.