Decir que Francisco Guillermo Ochoa fracasó en sus ocho años de periplo europeo, es pensar que la vida puede calificarse con base en algoritmos: ¿Jugó Champions League? Tache. ¿Brilló en un gigante de las principales tres ligas? Tache. ¿Levantó trofeos? Tache…, como si todos los grandes futbolistas mexicanos hubiesen disputado Champions League, brillado en un equipo de enorme tradición y acumulado títulos.

¿Por qué pensar entonces que el guardameta tricolor ha triunfado? Por principio de cuentas, porque ningún portero de nuestro país había actuado en Europa y a Memo le tocó romper esa barrera. Más allá de eso, porque donde estuvo –con la salvedad del Málaga, dos temporadas de ocho– se le recuerda con tanta admiración como gratitud; porque, sin importar que defendiera la portería de los más humildes, siempre estuvo catalogado entre los mejores cancerberos de su liga; porque esa etapa le convirtió en un mejor arquero y, sobre todo, en un mejor humano.

Para calibrar ese último punto, basta con comparar al Ochoa que se fue al Ajaccio en 2011 con el que, de pronto, descubrimos en Brasil 2014, a donde llegó con el debate abierto entre si alinear a Corona o a él. Sus reflejos, su serenidad, su liderazgo, sus recursos, ya estaban en otro nivel. No hablamos de cualquier seleccionado nacional, sino del mejor tricolor en los últimos dos Mundiales, ese que nos hizo sobrevivir a Brasil en su casa o vencer a la favorita Alemania en Moscú, al margen de muchos goles más que sin sus milagros nos hubiésemos comido.

El futbol, como la vida, es de momentos. Quizá si en 2011 no estalla el caso del clembuterol por carne contaminada y su fichaje por el París Saint Germain se consuma, tendríamos otro relato: vestidores glamurosos, compartir con algunos de los mayores cracks, vueltas olímpicas. Quizá no. Acaso tuvo que picar piedra como lo hizo para convertirse en lo que, ya veterano, puede estar orgulloso que es.
En lo que aquí nos entretuvimos pensando en los hubieras de Ochoa (cómodo y sencillo cada cual recostado en su sillón), él se dedicó a su realidad. Si era salvar al Ajaccio para lograr las dos temporadas más brillantes de su historia (no olvidemos: cuadro que no mucho antes de su llegada estaba en tercera división), si era estar con el Granada en una campaña en la que vivía como eterno fusilado en el patíbulo, si era pasar por una liga europea menor con un Standard de Lieja que sólo con él (y por él) arañó el campeonato, se dedicó a lo suyo que es atajar lo que luce inatajable.
Muchos mexicanos han regresado de la aventura europea con el fracaso en los ojos. No así Ochoa, quien luchó por su sueño como poquísimos. Y, sin haber pisado la Champions, lo cumplió…, que afortunadamente un robot no puede calificar los sueños con algoritmos.

Twitter/albertolati

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