La sociedad organizada es más poderosa que cualquier corriente política. Una causa que agrupa voluntades puede transformar todo a su paso. Quienes hemos formado parte de movimientos sociales, sabemos que la manifestación es no sólo un derecho, sino una necesidad ante ciertos contextos.
Sin duda, la posibilidad de que un grupo de policías haya abusado de jóvenes mujeres durante las últimas dos semanas es una de esas causas a las cuales no se les debe regatear ninguna atención, y mucho menos el peso completo de la ley y la justicia para castigar ejemplarmente a quienes resulten responsables.
La capital nacional será modelo de integración de una estrategia de seguridad en la medida en que pueda responder con datos, narrativa, operación e inteligencia a los desafíos que le impone la audiencia más exigente y politizada, con independencia de los extremos en que se manifiesta y los desafíos reales.
La seguridad y la procuración de justicia tienen un trecho largo para andar antes de predominar en los hechos y en la percepción ante los ojos de una sociedad compleja. Es tarea de todos exigir ambas.
Pero en los pliegues de esa complejidad, a veces, se esconde lo que se denuncia: en el reclamo de justicia se acude a la agresión física, a la vulgaridad, a la denostación, al ultraje y se acude a una primaria impunidad enmascarada.
¿De qué manera podría contribuir el vandalismo a afianzar el mensaje del movimiento que fue etiquetado como #NoMeCuidanMeViolan? ¿Será posible que romper las puertas de la PGJ de la Ciudad de México aporte elementos que conduzcan al esclarecimiento de las indignantes denuncias de violación? ¿Puede ser que al faltar al respeto al secretario de Seguridad Ciudadana, Jesús Orta, más voluntades se agrupen en torno a la causa contra el posible abuso policial?
Pienso que no. Se ha demostrado que el diálogo no puede ser reemplazado y que toda conversación productiva debe sentarse sobre las bases del respeto. Hay indignación, sí y justificada; hay enojo, por supuesto, porque la sola sospecha de que un policía abuse en lugar de cuidar es suficiente para fijar la mira y demandar una investigación a fondo.
El derecho a manifestarse no incluye, de ninguna manera, la posibilidad de agredir a los policías “grafiteándolos” e insultándoles en colectivo, como si al dañar su cuerpo corporativo y personal se encontrara una forma en que el linchamiento simbólico produjera justicia y verdad.
La provocación sirve para fijar agenda, pero no es productiva para las causas reales. Distrae y confunde, para eso es concebida. Ya algunas de las activistas participantes en la manifestación han señalado que hubo infiltración en sus filas.
Esas infiltradas tienen cuerpo. Las mujeres policía carecen de él. Las infiltradas, si las hubo, excluyen mientras reclaman exclusión; abaten simbólicamente en un ejercicio de violencia epistémica a aquéllos que infravaloran.
La sociedad mexicana transita por un túnel. Apostemos a que haya luz en vez de provocaciones.
@guerrerochipres