La primera noche de Rosario Robles en Santa Martha Acatitla es un sólido aviso para muchos de los integrantes y cómplices del latrocinio nacional, del sector público y privado.
La presencia en Palacio Nacional del ex secretario de Hacienda y Crédito Público, José Antonio Meade, no es aceptable sin imaginarse algún intercambio de comentarios con el actual hombre de confianza del presidente Andrés Manuel López Obrador, Arturo Herrera, acerca de la alusión que hizo de él la nueva inquilina del penal.
Es una fuente de cortesía y de información. Meade, recordaremos, fue el primer perdedor de la elección presidencial que buscó a AMLO.
Tras esa visita, López Obrador subió un video en el que reconocía algunos valores de Meade porque “nobleza obliga”. En otra lectura, podríamos suponer que agradecía, además de la amabilidad del priista, la apertura de aun no sabemos cuántos contenidos que han estado circulando en privado.
Este martes, un día después de que Robles indicara durante la audiencia en el Reclusorio Sur que sí informó al ex candidato del PRI a la Presidencia y al ex presidente Enrique Peña Nieto sobre las irregularidades presentadas en la Sedatu y en Sedesol, y que por lo pronto se acercan a cinco mil 800 millones de pesos, la visita renovada a Palacio Nacional es parte de un nuevo desencadenamiento.
No dudemos en que a AMLO le gustaría, de estar en campaña y tal como lo hizo entonces, llamar a ese proceso que parece catapultarse hacia abajo “el despeñadero”: quién ofrece más datos acerca de la responsabilidad de Peña Nieto y a cambio de qué, durante cuánto tiempo y mientras la oferta para ser útil a la nación está abierta y con la mano tendida.
Se anuncian nuevos mensajes que se extienden como un escalofrío sobre la piel de la corrupción nacional de la que han sido partícipes muchos actores y actrices que antes gozaban de total impunidad. “No lo puedo creer”, fue lo que alcanzó a decir Robles a los medios antes de abordar la camioneta rumbo a Santa Martha.
Aumenta el entorno de incertidumbre para quienes han sido acusados de corrupción o habiéndolo sido no colaboren con información que va a generar muchas primeras planas en estos tiempos en que se ha declarado una guerra frontal a esa descomposición política.
El despeñadero más peligroso para personajes como los señalados será, como en toda guerra, el enemigo interno. Para quienes presenciaron y callaron durante años —o décadas—, una amenaza a su estatus bastará para empujar a otros hacia el despeñadero.
Ante la modificación de las condiciones del diálogo político nacional, evidentes desde la toma de posesión en que Peña Nieto fue señalado por AMLO, en pocas y claras palabras, como protagonista de uno de los procesos de corrupción más intensos y extendidos de la historia nacional, y para asegurar los límites en que tiene lugar el debate de la vida pública y la competencia por el poder, lo más probable es que el episodio Robles inaugure una cantidad de capítulos merecedores de ser ilustrados por nuestra historia judicial y filmográfica.