Dijo el otro día el Presidente que lo de gobernar sale bueno, chidísimo, con una mezcla de 99% de honestidad y 1% de capacidad.
Cuando uno argumenta que todos los indicadores económicos, de seguridad y de salud apuntan a que la teoría presidencial de los porcentajes tiene que revisarse con urgencia –el desplome es inocultable en los tres ámbitos–, la respuesta de los que se esfuerzan por mantener la fe, sin ser talibanes, es la misma: hay que darles tiempo.
Pues sí, no hay de otra. Hay que darles tiempo, entendiendo que, con el rumbo que llevamos –no se distingue esta administración por su capacidad para rectificar–, eso significa: pronta resignación y que Dios nos cuide.
Como sea, hay que tener en cuenta, aparte, que ese 99% anda como que muy disminuido.
Y es que dar por bueno el 99 implica, de entrada, una confianza digamos que heterodoxa en Napito o Velasco, el Amigo Verde.
Implica pasar por alto que un camarada del Presidente estuvo a punto de hacer una sustanciosa venta de papel al Estado, y que la venta se frenó, irregularmente, vía una especie de decreto presidencial, por aquello del qué dirán.
Implica pasar por alto las irregularidades con los programas de ayuda a los ninis, irregularidades que, como dicen los gallegos sobre las brujas: no existen, pero haberlas, haylas.
Implica pasar por alto la venta de carbón en familia –todo queda en Morena–, para que la CFE no ande con cursiladas sobre las fuentes de energía limpia o el cambio climático.
Implica pasar por alto la sobreabundancia de asignaciones directas sobre el argumento de que “nosotros no somos corruptos”, lo que es tanto como convertir la honestidad en un asunto de decretos. E implica, claro, desoír las opiniones de cualquier experto en la materia, que podría decirte, sin margen de error, que saltarse las licitaciones por sistema es, desde siempre, un camino directo y aplanado a la transa.
Implica desde luego pasar por alto a Bejarano, que no deja de revolotear por ahí.
Y, claro, implica pasar por alto que parte importante de la honestidad en el Gobierno consiste en no acusar de corrupción a otros cuando no tienes pruebas, y luego usar esas acusaciones para justificar obras demenciales, como Santa Lucía, y cancelar obras necesarias que nos cuestan fortunas a los ciudadanos, como Texcoco.
Así que a mis conocidos que no se resignan a dejar de creer les digo lo mismo: no, no hay evidencias de una corrupción como la del peñismo, pero sólo van ocho meses. Hay que darles tiempo.