Quien esto escribe sabe de lo que habla, por haberlo vivido en carne propia. Después de más de 50 kilos perdidos, la batalla parece haber sido ganada, aunque no la guerra, que ésa será de por vida. En México cada año se agrava el problema de obesidad, siendo nuestro país el que, a nivel mundial, cuenta con una de las tasas más altas de sobrepeso.
Los números son alarmantes. De acuerdo a la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición que elabora el INEGI, más de 80 millones de mexicanos (73% de la población) padecen de obesidad, lo que nos ubica en el primer lugar a nivel latinoamericano y en los primeros en el ámbito internacional. Se trata del problema de salud pública más grave que enfrentamos como nación, reconocido así por la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y el Foro Económico Mundial, entre otros.
Existen voces que señalan que esta enfermedad no debería ser considerada como una cuestión de interés público, que se trata de un asunto personal, que debe ser asumido por quien lo padece. Difícilmente se podría estar de acuerdo con esta afirmación. Según el McKinsey Global Institute, en un documento intitulado Cómo el mundo puede mejorar el combate a la obesidad, afirma que este tema representa un costo equivalente a 2.8% del PIB global.
En México, el impacto económico del sobrepeso es sumamente alto. En marzo pasado, la OMS señaló que esta enfermedad y sus complicaciones nos cuestan siete mil 800 millones de dólares al año, el doble de las pérdidas que representa el robo de combustibles.
De no combatir de manera frontal esta pandemia, como ha sido catalogada por los organismos internacionales, México incumplirá con los compromisos adoptados en el marco de la agenda 30/30 de la OMS, que implica reducir en 30% la incidencia de esta problemática para 2030.
El gobierno del presidente López Obrador tiene en sus manos la oportunidad de afrontar, con visión de Estado y de forma incluyente, este grave asunto que afecta a todos los estratos de la población, en particular a los más bajos. Difícil sería que los partidos, organizaciones, medios de comunicación e, incluso, críticos opositores, no atendieran un eventual llamado del inquilino de Palacio Nacional para combatir, de la mano, el fenómeno de la obesidad.
Sería una muestra de civilidad política que tanta falta nos hace.
Segundo tercio. ¿Quién no estaría de acuerdo en incrementar los impuestos a las bebidas azucaradas y a la comida chatarra, en promover reglas más claras para el etiquetado frontal, en acabar con la publicidad de alimentos no saludables en horarios infantiles y en prohibir la venta de alimentos dentro de las escuelas?
Tercer tercio. A Carlos Loret lo conocí como reportero, con grabadora y micrófono en mano, buscando, como otros que de la misma forma empezábamos en este oficio, la noticia del día. Su carrera ha sido ascendente, ejemplar para muchos. Así seguirá.