Todos lo vimos. El ciudadano se acerca al Presidente para suplicarle que mande al Ejército, y el Presidente le dice que el Ejército no está para reprimir al pueblo. Cuando el ciudadano, tras un “carajo” ya abiertamente desesperado, le dice que “son narcos”, el Presidente le revira diciendo que los narcos también son pueblo. Fin de la discusión. No hay Ejército.

El video se hizo viral, desde luego. A lo mejor es que el pueblo sabe más de filosofía política de lo que imaginamos. Porque sí: al menos desde Hobbes, la función primerísima del Estado, sabemos, es ver por nuestra seguridad. El contrato social dice: si el hombre es el lobo del hombre, yo, lobo, me comprometo a no usar mis colmillos a cambio de que tú, Estado, me garantices que el vecino tampoco usará los suyos contra mí. Por supuesto, no es sólo seguridad lo que se garantiza en ese contrato. Es, también, un principio de igualdad. Así que lo que el Presidente le dijo a ese ciudadano fue: tú no eres igual a los narcos; no tienes sus derechos. ¿Qué pasa cuando no hay ni seguridad ni igualdad de derechos? Que no hay Estado.

O igual lo que ese ciudadano escuchó fue, simple y llanamente, “te vas a morir”. Porque nos están matando. Los números son tenaces y nos dicen que las cantidades de muertos y particularmente muertas no disminuyen, o que los asesinatos de periodistas son de récord histórico. Y nos dicen que ésa es la única certeza que tenemos. La negativa del Presidente retumbó unos pocos días después de que todos escucháramos a Olga Sánchez Cordero decir algo muy parecido a que el Gobierno negociaba con varios grupos criminales. Enseguida llegaron los desmentidos. Que nada de hablar con criminales. Que sólo con los de las autodefensas.

 

A saber. Como no sabemos si realmente hay una Guardia Nacional: ya nos dijo Carlos Loret en una columna que no es que se hayan duplicado los efectivos, sino que el soldado se cambia literalmente de camiseta, por la de la Guardia, y lo cuentan dos veces. Aunque tampoco sabemos si importa que haya Guardia, porque nuestros uniformados tienen prohibido defenderse: se multiplican los videos en que vemos cómo son agredidos sin que puedan meter las manos.

Ese ciudadano, sí, se sintió abandonado a su suerte. O sea, sintió que el régimen que iba a terminar con la matanza, que iba a adoptar políticas distintas para resolver el problema “de raíz”, el que traía una estrategia infalible le vio la cara. No hace falta saber mucho de filosofía para entender que no es el único.