Se ha sabido desde el día uno: son dos los retos centrales para que la cuarta transformación encuentre cimientos profundos que vayan más allá de una alta aprobación popular. Seguridad y salud marcan la agenda y el ritmo de percepciones y realidades que han de encontrarse con eficacia que garantiza avances.
En su Primer-Tercer Informe de Gobierno, el presidente Andrés Manuel López Obrador lo reconoció abiertamente: “Tenemos que trabajar mucho porque no son buenos los resultados en cuanto a la disminución de la incidencia delictiva”.
El mensaje resuena en todo el país; su honestidad y apertura le conceden muchos puntos de popularidad que favorece un entorno en el cual las oposiciones están silenciadas por elección —o incapacidad de leer el momento— propia.
La inseguridad no puede combatirse con estrategias aisladas; para los gobernadores es indispensable sumarse. En especial aquéllos que tratan el tema de la inseguridad como un hecho aislado o lo justifican simplemente como el reordenamiento del territorio por la delincuencia organizada.
Escenas como las del fin de semana en Tepalcatepec, Michoacán, donde los enfrentamientos entre organizaciones delincuenciales tienen paralizadas las actividades sociales y comerciales del municipio, incluso las clases y las corridas de autobuses son abrumadoras y preocupantes. No hay honestidad que alcance para contenerlas en su brutal realidad práctica.
Los ajustes de cuentas en espacios públicos, como sucedió la mañana de este lunes en Cuernavaca, donde personas armadas irrumpieron en las instalaciones de una central camionera y asesinaron a tiros a cinco jóvenes, tendrán que ser cosa del pasado muy pronto si el Presidente se mantiene en la convicción de pasar a la historia como el mejor que ha tenido México.
La psicosis por inseguridad que impide a la población realizar sus actividades diarias, como ocurre en al menos cinco municipios de la zona sur-poniente de Morelos, pone sombras marcadas a esa aspiración.
En la Ciudad de México, hay que decirlo, se registran ya resultados positivos en delitos como homicidio doloso con una baja de 17% y lesiones por arma de fuego con menos 43%.
Una acción que empieza a probar su utilidad en la capital es asumir que la Guardia Nacional debe ser tomada como un refuerzo a las Policías locales, no un sustituto.
La colaboración local entre las diversas corporaciones ha permitido bajar los índices delictivos de las zonas consideradas más peligrosas en Iztapalapa e incluso ha permitido el desmantelamiento de organizaciones delictivas como el Cártel de Tláhuac”.
De la recuperación de la seguridad puede renacer la esperanza de una completa nueva generación que vería retrospectivamente a López Obrador como piedra de toque. Esa piedra puede lucir llena de durezas reales o aparentes, pero era indispensable. El desmantelamiento debe corresponderse con el del prejuicio de los adversarios del Presidente.