Si es usted varón, estimado lector, imagínese la siguiente situación: camina por la calle y de repente un grupo de mujeres le siguen una cuadra o más. Una de ellas le chifla y le pregunta “por qué tan solo?”, otra le lanza: “¿Te estudio o te trabajo?”. De repente un coche con varias chavas pasadas de copas acelera para alcanzarlo y “halagarlo” con piropos entre vulgares y pícaros tipo: “Esos huevitos sí están para estrellarlos” o “quisiera ser hamburguesa para que me eches mucha mayonesa”. Huye usted despavorido, se pone a correr, se mete a una tienda y cuando el peligro parece haberse alejado, escucha a la vendedora susurrándole al oído: “Ven acá, estás bien bueno, papacito”.
Segundos después salen sus amigas y se ponen a manosear las partes íntimas de su cuerpo.
Mostrándose renuente a aceptar que se trata de un acoso, piensa inmediatamente que le jugaron una mala broma, eventualmente que se trata de un extraño delirio. Su estupor es tal que ni se le ocurre investigar quién está detrás de esas escenas de hostigamiento a las que los hombres no están acostumbrados a enfrentarse.
En el sur de España hicieron un experimento social. Las mujeres salieron a la calle a “perseguir” varones con una salta de alabanzas verbales de dudoso gusto, todo en el marco de la campaña “Al revés tú también te asustarías”. Las escenas fueron grabadas con cámara escondida. Las reacciones no asombran. Los hombres “hostigados” pierden la calma, sienten vergüenza, temor, ansiedad.
Ahora, pongámonos a reflexionar sobre la situación de millones y millones de mujeres que viven a diario episodios de esta índole.
Con el nudo en la garganta. Bajándose la falda. Con una inmensa rabia. Y con incredulidad. ¿Cómo es posible que estas prácticas machistas sigan existiendo bien entrado el siglo XXI? ¿De qué sirve la batería de medidas contra la violencia de género, entre cuyas raíces figura el acoso callejero con miradas lascivas, arrimones, silbidos, fotografías o grabaciones no consentidas?
El piropo sexista en la vía pública no es inofensivo; se trata de un acto que intenta perpetuar el “privilegio” del macho a ver a las mujeres como objetos. Hay sólo un paso entre la microviolencia y la gran violencia. Francia figura entre los países europeos con más feminicidios. Las cifras son macabras. Sólo en lo que va de este año han muerto víctimas de la violencia de género más de 100 mujeres.
Desde agosto del año pasado, en el país galo la injuria sexista en espacios públicos es considerada como delito. El piropo callejero implica multas progresivas de entre 105 y 870 dólares. En el caso de reincidencia, las sanciones pueden llegar a los tres mil 300 billetes verdes. Lástima que la ley, sin duda necesaria, exista sólo sobre el papel. De momento.
Pero las mentalidades evolucionan rápidamente. Hoy el argumento de que se trata de un comportamiento “tradicional”, “cultural” o “folclórico” suena terriblemente obsoleto; ya no convence a nadie. Estamos avanzando.
¿Cuál sería la solución a mediano plazo? En primer lugar, habrá que enseñar a los niños varones a relacionarse de igual a igual con las niñas. En todos los sectores sociales; desde el kínder. Para el bien de todos.