Diluirse entre arena y fiesta en playas como Ibiza, Mykonos o Saint-Tropez; alejarse del ojo humano en remotas islas como Maldivas o Seychelles; hospedarse en hoteles con amplios menús de almohadas y masajes en Dubái o Abu Dabi; convertir en dilema existencial el yate a utilizar para atravesar el Adriático… o atender de primerísima mano una crisis humanitaria; esto último, lo que eligió el basquetbolista Marc Gasol durante sus recientes vacaciones.

Para un muchacho que ingresa cerca de veinte millones de dólares anuales por hacer lo que le apasiona (básicamente, por nunca dejar de ser niño, por nunca dejar de jugar), la elección de destino vacacional suele ser la más glamurosa y opulenta posible. Tampoco lo culpemos: ganar tanto dinero y acumular tantísimos meses en los que apenas se dispone de ocasión para gastarlo y disfrutarlo, puede resultar desesperante.

Sin embargo, el hoy campeón del mundo y campeón de la NBA, el jugador español de los Toronto Raptors, Marc Gasol, trabajó con la fundación Open Arms durante el pasado verano. Sin avisar a nadie, sin publicitar el destino de su esfuerzo, fue sorprendido en una fotografía rescatando a una señora que había pasado 48 horas aferrada a un pedazo de madera a 130 kilómetros de la costa libia. Él mismo se lanzó al agua a salvar a refugiados cuyo intento de escape terminó de la peor forma. Sin su ayuda, y la de quienes le acompañaban en la misión, varias vidas habrían terminado en horribles pero simples estadísticas.

Tras entender la magnitud de esta crisis (nunca hubo tantos millones de desplazados y refugiados en el planeta, ni siquiera al concluir la Segunda Guerra Mundial), decidió colocar un renglón en redes sociales. “Dolor y frustración”, fue su escueto mensaje, afán de generar conciencia sobre la catástrofe que decenas de millones viven, ante un egoísmo de Occidente mal disfrazado de políticas económicas o combate a terrorismo.

Marc, como su hermano Pau, es incluso más espléndido fuera de la duela que sobre ella, y es mucho decir. Sobre todo, por un factor que cada vez resulta más atípico para los deportistas de élite: el vivir con comprensión de la realidad; el no aislarse en su amurallada finca o mansión de los problemas que acechan a sus contemporáneos; el ser proactivos y empáticos no sólo con generosos donativos (los cuales, por supuesto, son muy bienvenidos) sino con esas mismas manos con las que obran milagros al aproximarse a la canasta.

En su imagen salvando a una mujer camerunesa llamada Josephine, he pensado durante el título español en el Mundial de baloncesto; eso mismo pudimos recordar cuando sus Raptors se coronaron en la NBA. ¿Campeonatos, ilusión en las gradas, desfiles multitudinarios? La gloria, sabe Marc, está en otra parte. La del deporte es maravillosa, aunque, puestos a comparar, casi de mentiras.

Twitter/albertolati

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS.