Para matar al hombre de la paz
para golpear su frente limpia de pesadillas
tuvieron que convertirse en pesadilla,
para vencer al hombre de la paz
Mario Benedetti.
Hace 46 años, los golpistas asaltaron la Casa de la Moneda, iban en busca del hombre de la paz, iban por Salvador Allende.
Querían silenciar la “Revolución de empanadas y vino tinto” como se decía a la gesta por la que el pueblo chileno encontraría la paz y la tranquilidad que se logran en favor de los pobres, con una política y programas de salud, construcción de vivienda, salarios dignos, alimentación. Querían silenciar a Allende, el precursor de los programas de asistencia a los adultos mayores, el de la gratuidad de la educación y la descentralización de la cultura a los barrios y pueblos, entre otras tantas acciones de su gobierno.
Querían silenciar al “Compañero Presidente”, al que rompió con los paradigmas de la época y logró asumir el poder por la vía electoral, forjando así lo que se conoce como “la vía chilena al socialismo”.
Querían silenciar a Allende que fue el primer socialista que llegó al poder mediante elecciones libres y populares. Este hecho que marco su triunfo, constituyó a la vez un hito definitivo en la historia de la izquierda de aquellos años, al punto de dividir opiniones entre quienes insistían que sólo la violencia revolucionaria permitiría el acceso de los partidos de izquierda al gobierno, frente a los que probaron, como el caso de la Unidad Popular en Chile, que era perfectamente posible el triunfo de un gran movimiento popular con ideas de liberación a través del voto libre de las grandes mayorías.
No lo silenciaron, al contrario, hicieron más grande al hombre. En pleno siglo XXI sigue siendo vigente. Sus preceptos y pensamientos cobran mayor relevancia, pues demuestra que su esencia era cierta y sus teorías perfectamente justas. Hoy los cambios políticos de una América, ayer convulsionada por las dictaduras, hoy deciden sus gobiernos por vías democráticas, lo que representa un lección relevante, pues demuestra que la democracia no es sólo un valor en sí mismo, sino un medio necesario para el desarrollo. Esto significa que hay que asegurar que el poder en todos sus niveles de gobierno se estructure y distribuya de tal forma que dé voz y participación a los excluidos.
Esos son los grandes aportes que Salvador Allende hace a América Latina y al mundo, esas son las grandes experiencias que ofrece el hombre, el líder, el estadista, al que no pudieron silenciar y aún sigue caminando por las grandes alamedas.