El Ulises blaugrana navega con ojos llorosos, nostálgico de sí mismo, mientras se le agolpan tantas imágenes en la mente que le cuesta ordenarlas: esa liga y aquella Champions, ese festejo y aquella goleada, ese pasillo y aquel desfile, qué sucedió primero y qué después.
La Ítaca que busca está siete años y medio atrás, antes de que Pep Guardiola anunciara que ya era suficiente, que se marchaba de donde los románticos pensaron que se quedaría para siempre. Un pasado idílico en el que conquistó trofeos a un ritmo sin precedentes (en escasas cuatro temporadas, dos Champions, tres ligas, dos copas del rey, dos Mundiales de clubes, tres supercopas españolas y dos europeas), aunque mucho más que el qué o el cuánto, el cómo forjó esta cosmogonía.
Con un futbol de altísima costura, digno de la mitología barcelonista: con apego al legado de Cruyff, reflejo con balón de la ciudad de Gaudí y Dalí, donde ética y estética han de hermanarse. Con un equipo plagado de muchachos surgidos en la cantera; varios de ellos catalanes y varios más integrados espléndidamente a la cultura catalana.
Desde entonces, el Barça apenas ha dejado de ganar dos ligas (cinco coronas en siete años para un club que sólo conquistó dos entre los setenta y ochenta), añadiendo una Champions más al palmarés (la cual, justa o injustamente, palidece contrastada con las cuatro madridistas).
No obstante, han sido siete años de permanente añoranza e insatisfacción, en los que nadie en el Camp Nou se resigna a la imposibilidad de regresar al edén cruyffiano/guardioliano. Puestos a retornar a Pep o redescubrir en sus venas su propio ADN, el plan es convertir a Xavi Hernández, director de orquesta de aquel equipo, en entrenador. La duda es cuándo. Ya mismo, tras un inicio de campaña calamitoso, o el próximo verano, con margen para que diseñe su proyecto y debute de manera menos apurada, considerando su muy limitada experiencia en el banquillo en Qatar.
La frase de Messi (“El Barcelona es mi casa, no quiero irme, pero quiero ganar”), revolotea como amenaza de una pareja que condiciona su estadía a que el amor de su vida cambie…, y el Barça no está cambiando.
Con Xavi en el horizonte y el pasado como destino deseado, Ernesto Valverde ha dejado una frase lapidaria luego de caer en Granada con bajos históricos de futbol: “cuando pierdes tienes que mercer ganar y no lo hemos merecido”.
Entre merecimientos y nostalgias, el Ulises blaugrana hoy navega obnubilado por lo que fue y no halla forma de que vuelva a ser. Entre el juego de espejos del desierto qatarí, Xavi espera.
Twitter/albertolati