El buen líder sabe lo que es verdad; el mal líder sabe lo que se vende mejor
Confucio

Todos podemos, y debemos, aprender a ser líderes. Hay momentos en nuestras vidas en que nos vemos en la disyuntiva de tomar el control de una situación y/o de nosotros mismos, o dejarle a otros decisiones y acciones que nos incumben, para después culparlos de nuestros fracasos.

Quien aprende a ser buen líder de sí mismo, lo será de los demás, seguirá a buenos líderes a su vez y, sobre todo, tendrá dominio sobre su propia vida.

Ser líder no es difícil por las cualidades que hay que tener, sino por las responsabilidades que hay que asumir, como los errores, para estar en aptitud de dar ejemplo a los demás y obtener la templanza que permita imbuirles la fuerza que necesitan para lograr un objetivo.

Aquel cuyo ejemplo es diferente a lo que pregona, nunca será un buen líder. Y que conste que ese ejemplo puede ser incluso fingido, con el propósito, parafraseando a Confucio, de venderse bien; pero a final de cuentas debe ser congruente.

Un dirigente o ejecutivo, o sea, quien gobierna, rige, impone reglas y/o determina objetivos, no es necesariamente un buen líder, aquel a quienes otros siguen y emulan por sus méritos, y no por sus cargos o títulos; pero tampoco un buen líder será por fuerza un buen dirigente o un buen ejecutivo, si no es certero como tal.

Esos méritos han sido labrados en base a cualidades como las descritas por el  General estadounidense Douglas MacArthur: “Un verdadero líder tiene la confianza para estar solo, el coraje para tomar decisiones difíciles y la compasión para escuchar las necesidades de los demás. Él no se propone ser un líder, sino que se convierte en uno debido a sus acciones y la integridad de su intención”.

Desde esta atinada descripción, todos podemos ser líderes, pero querer es otra cosa, porque implica compromisos, sacrificios y aprendizajes que probablemente prefiramos evadir, para tener una vida cómodamente estancada en algún punto, que generalmente es la fundación de una familia.

Sí, desafortunadamente mucha gente cree que casarse y tener hijos es el objetivo de la vida, y se estacionan ahí a envejecer y morir poco a poco. Olvidan los planes y los deseos que antes los entusiasmaban. Este es el estado del ser en el que crece monstruosamente el miedo a la enfermedad, la vejez y la muerte.

Ser líder, ante todo, nos expone al rechazo, la descalificación, la crítica, cosas que a nadie le gustan. Hay que tener tamaños para tolerarlas sin que se venga abajo la autoestima.

Por otra parte, el liderazgo siempre beneficia al liderado, tanto si es en gobierno de uno mismo, como de los otros. Hay quienes pretenden lo contrario, y hay muchos, de hecho, la mayoría: que sea el líder quien resulte siempre y más beneficiado.

Estos son los malos líderes, y son seguidos por quienes no pueden liderarse a sí mismos o, siguiendo el ejemplo, se lideran para alimentar su ego. Sin importar qué tan buenas o “justas” sean las causas que enarbolan, nada que hagan beneficiará realmente a quienes deben beneficiar.

Generalmente, son los conocidos como autócratas: controladores, concentradores de decisiones; no escuchan ninguna opinión que no vaya acorde a la propia y no aceptan cuestionamientos. Para no ser despojados de su poder, se escudan en otros que prefieren que les resuelvan las cosas o que se lideran a sí mismos de la misma manera.

Existen también los buenos líderes, los considerados demócratas, los que toman en cuenta todas las opiniones, delegan responsabilidades, buscan beneficiar equitativamente a todos y promueven la participación. Claro que el liderazgo democrático también puede ser un disfraz.

Ninguno de los dos le da gusto a todo el mundo. Pero al primero no le importa y el segundo hace lo mejor que puede.

¿Y usted, cómo se lidera y a quién sigue?

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