Es peligroso recurrir a una retórica policial –ya no decir, forense, aunque desafortunadamente sucede–, en un ámbito deportivo. En el futbol se utilizan, sin mínimos reparos, términos como “entrada criminal” o “de cárcel”, así como descalificaciones estilo “asesino” o “carnicero”.
Antonio Briseño se equivocó escandalosamente en la entrada a Giovani Dos Santos, mas de ahí a garantizar que su intención era mandarlo al hospital o incluso algo peor, hay largo trecho.
Por supuesto, en el futbol como en la vida, las imprudencias pueden llegar a ser demasiado más dañinas o destructivas que la mismísima maldad. Así entiendo la acción del pasado Clásico: el defensa de Chivas hizo todo mal como marcador, su forma de encarar al ofensivo, su parado, su reacción, el control de su movimiento, acaso bajo la frustración o ansiedad de que las cosas no salían bien a su equipo en el partido. Puestos a abrir la tapa de un frasco de salsa, quién no ha apelado a una fuerza tan tonta como excesiva, terminando por regar todo el contenido del envase: el ímpetu rara vez suple la ciencia.
De ninguna forma busco exculpar a un Briseño que ha quedado muy expuesto en sus limitaciones como marcador y de cuya honorabilidad como deportista muchos ahora dudan. Sin embargo, el defensa rudo que se propone sacar en camilla a uno virtuoso, o aquel que tenía una vendetta pendiente, o aquel que pretendía emitir un mensaje de “por aquí nunca pasen”, o aquel ardido por ser driblado, no suele reaccionar como Briseño una vez que vio la magnitud de su patada. Tan pálido y espantado como el agredido, se podía ver al agresor. Ni pose altiva, ni fingimiento de no haber hecho nada, ni alarde machista, ni ojos inyectados de sangre con la proclama de “perderemos, pero tomen esto a cambio”, ni algo parecido al festejo de un liniero de futbol americano al dejar conmocionado a un mariscal de campo rival: el apodado Pollo estaba deseando que se lo tragara el pasto del Azteca o rebobinar el tiempo para anular su ruda torpeza.
Aplicar discurso criminal o conceptos de nota roja a un partido de futbol (y no a una bronca o al hooliganismo que llegan a merecerlos), contribuye a normalizarlos en nuestras rutinas. Digamos de Briseño todo lo que se quiera en términos de su horripilante forma de perseguir el balón o su insensatez al no considerar las consecuencias de su embestida (porque ese pie hacia arriba carece de sentido aun más que las etiquetas delictivas que recibió), aunque reflexionemos en el vocabulario empleado.
Para castigo del Pollo, más allá de lo que decida la Comisión Disciplinaria o de si no juega en lo que Gio se recupera, basta su cara ante el agujero generado en una pierna. Y por si no bastara, el estigma que le costará quitarse de encima. Pero no, ni remotamente es un criminal.
Twitter/albertolati