Con un rostro tan atribulado como para poder hacer de príncipe Hamlet, el Real Madrid se busca en el espejo sin reconocerse. Incluso pasando las rugosas yemas de los dedos por su mentón sin afeitar, por su mejilla con alguna cicatriz, por su tupida ceja, duda. La pregunta bien podría ser la clásica shakesperiana “ser o no ser”, idónea para la ocasión, pero en ese tocador del Bernabéu se escuchan estertores distintos. Cansado de cuestionarse “¿soy yo?” y de reparar con hojalatería la corona europea que creyó eterna, el paciente merengue hurga en reflexiones más concretas. Por ejemplo, ante ese hábito de sentir en el cuerpo lo que ya no tiene, incluso de intentar moverlo, plantea: ¿cuánto tiempo transcurrirá hasta que se acostumbre a esa pérdida, a la falta de una extremidad, a esa amputación?
Los blancos ponen balones donde Cristiano Ronaldo estuvo por tanto tiempo y 17 meses atrás avisó (por lo visto, sin que sus compañeros escucharan) que ya no iba a estar. 17 meses, como si fueran 17 minutos, no bastan para nada. No para la resignación, no para la cauterización, no para mínimo equilibrio mental, no para dejar de sentir dolores donde ya nada hay: a este club le duele el aire. Buscando al portugués, podría llamarse la obra de Fernando Pessoa, aunque también funcionaría su Libro del desasosiego.
A la par de esa tormenta existencial, mirando de soslayo a Ronaldo en Turín, cuesta entender que este Madrid se parezca más al de hace tres años que al de la debacle de la campaña anterior. No es raro en la política, evidentemente tampoco en el futbol, una revolución reaccionaria: en urgencia de cambios, tomar el DeLorean y dirigirlo al pasado.
300 millones de euros gastados de la forma menos perceptible. Eden Hazard está varado en algún punto del Canal de la Mancha sin fecha definida de arribo. Luka Jovic confirma la razón por la que el equipo más necesitado de un delantero desestimaba a cada verano su compra: no lo iba a utilizar. Vinicius ofrecía más presente a los 17 que a los 19 años. Y la portería, donde empezó el caos: salvado por el fax en tres Champions, el Madrid se ha quedado sin ángel en su meta.
Privilegios del destino, empatando en casa con el peor del grupo y siendo goleado en la del mejor, el Madrid depende de sí mismo para avanzar a octavos de final. Es lo bueno, es lo malo, porque lo que solía dar fuerzas a su feligresía (cuanto estaba en las manos merengues, solía completarse: remontadas, resurrecciones, títulos cuando ya se le rendían misas de réquiem), hoy le angustia. Se sabe que este escudo siempre vuelve, se desconoce cuándo.
Imposible ir adelante mientras no se aleje del espejo en el que se busca. Imposible sin entender que quien alegremente emergió para rematar un gol por partido, ya no está. Aunque se le pretenda sentir como una extremidad caída, ya va siendo tiempo de asimilar que se fue.
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