Los taxistas que bloquearon avenidas le quitaron a miles y miles de ciudadanos, durante horas, su derecho a llegar a tiempo a la chamba, la escuela o el hospital antes de que la úlcera se acabara de abrir. O sea, les quitaron el derecho a moverse libremente. El derecho a hacer su vida, pues. Esos taxistas son, según dijo Claudia Scheinbaum, el 0.4% del total. Los corruptos. Bueno, estimada jefa de Gobierno, el presidente López Obrador tiene un nombre para eso: minoría rapaz.
Los normalistas que tuvieron secuestradas a 92 personas durante una semana y los profes de la CNTE con sus secuestros exprés en la Cámara de Diputados, sobran las explicaciones, coartaron las libertades de muchas, muchas decenas de personas más.
También suprime las libertades el crimen organizado. Vaya que sí. Cosa de preguntarle a los que no pueden mantener su restaurante o su miscelánea porque les cobran derecho de piso, o sea, quienes no tienen esa otra libertad básica que es la de trabajar. Pero tampoco tienen libertad de salir de noche los que viven bajo toques de queda de facto, en las no pocas poblaciones dominadas por “civiles armados”. Ni las mujeres que de plano mejor se guardan, porque las secuestran, las violan y las asesinan.
Una realidad, sí, muy extendida, como deja claro ese hombre que le dejó ir un “carajo” desesperadísimo al Presidente para que metiera al Ejército. Una realidad que, poquito a poco, y pesar de las cifras que nos dejan caer –perdón: data–, infiltra la vida chilanga.
También hubo varias libertades acotadas el día de la marcha del 2 de octubre y, antes, en la de Ayotzinapa. La de manifestarse pacíficamente, por ejemplo. O la de tener abierto tu negocio, porque te lo queman. O la de hacer la chamba para la que te contrataron, y no la de granadero. Porque, por definición, no, no eres realmente un voluntario cuando la idea de que vayas de cinturón de la paz es de tu jefe.
En efecto, vamos, poco a poco, rumbo a ser un país sin libertades. ¿Que estoy diciendo obviedades? Pues sí. Ahí estamos: teniendo que recordar lo evidente cada día. Por ejemplo, que la Policía y el Ejército, en las democracias, cuando actúan no suprimen, sino que garantizan las libertades. O que –antes del “revisa tus privilegios”– también y en muchos casos los perjudicados son personas pobres, sin mencionar que no ser pobre no es un pecado y que los burgueses también tenemos derechos. Creo.
O, en suma, que gobernar es una monserga: siempre dejas a alguien inconforme. Gobernar en serio, quiero decir.