Cuando Donald Trump parecía derrotado por la NFL con una sorprendente adhesión general a las proclamas de Colin Kaepernick, incluso con los dueños de los equipos y los jugadores blancos hincados por una noche en el himno estadounidense, contraatacó con manipuladora maestría. Experto en definir el rumbo del debate, ese día el presidente logró que se dejara de hablar de la brutalidad policial focalizada en la minoría afroamericana, para que se viera esa campaña como un acto adverso a las fuerzas armadas.
En un juego de patriotas –como se llamara una película de 1990 que trataba la temática del Ejército Revolucionario Irlandés–, convirtió las muy legítimas y urgentes demandas formuladas por el entonces mariscal de campo de San Francisco: patriota el que cantaba orgulloso el himno, enemigo de la nación y presunto traidor el que se hincaba.
Golpe franco, no importó que el primer beisbolista de Grandes Ligas que se arrodilló fuera no sólo blanco sino además nacido en una base militar como hijo de soldados (Bruce Maxwell). Desde ese instante la protesta iniciada por Kaepernick acarreó abucheos en las gradas, desaprobación popular.
En ese momento, como desde que era precandidato a la presidencia, la liga en la que halló más adversarios fue esa con mayor índice de afroamericanos, la NBA. Las mayores estrellas del baloncesto, empezando por LeBron James, se le opusieron. De igual manera, los equipos campeones desistieron en bloque de ir a la Casa Blanca y hasta se hizo habitual que los directivos se pronunciaran en su contra.
Este jueves volvió al juego de patriotas. Con la crisis entre la NBA y China luego del mensaje del manager de los Rockets de Houston pidiendo libertad para Hong Kong, no recurrió a la vieja regla de Sun Tzu, “enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Porque lleva casi todo su mandato en conflicto con China, toda una guerra comercial, aunque eso no lo inclinó a apoyar al basquetbol de su país. Lejísimos de eso, se burló del temor de la NBA, refiriéndose a cómo contestó el entrenador de Golden State a los cuestionamientos sobre esta temática: “Veo a este tipo, Steve Kerr, que aparece como un niño pequeño, estaba temblando, no podía responder una pregunta. ´Oh, oh, oh, no sé, no sé…´, pero él habló muy mal de Estados Unidos. Veo a Popovich y es más de lo mismo. Hablan mal de Estados Unidos, pero de China no dicen nada malo”.
Y cuando el juego de patriotas se desata, lucra el que mejor sabe tocar las fibras patrioteras y ultranacionalistas, como lo es Trump. De pronto la NBA se ve en la disyuntiva de si contentar a sus seguidores norteamericanos o si aplacar el enojo de los cientos de millones de chinos. Por donde se le busque, se ha atascado en una ratonera la liga que más se le ha opuesto. Ratonera letal: aplastada entre los patriotismos de las dos mayores economías del mundo.
Twitter/albertolati