Es la historia de un niño, huérfano tan pequeño que no recordaba a su padre, cuya vida lo preparó sin que lo supiera para, a su manera, pisar la luna.

Lejos de fijarse una cantidad de kilómetros semanales o cierta cantidad de repeticiones, en la adolescencia Eliud Kipchoge repartía leche en bicicleta a cambio de un dólar por jornada. ¿A alguien se le ocurre un mejor entrenamiento que el que, involuntariamente, el keniano ejecutaba a los quince años? Trayectos de veinte kilómetros, 3 mil metros por encima del nivel del mar y con 75 litros a cuestas. Antes de eso, su ir y venir a la escuela implicaba ocho kilómetros diarios.

Así nació para el deporte el hombre que esta semana ha llevado a la maratón por debajo de las dos horas. Poner en perspectiva su marca no implica negarlo como lo que es: con abismal diferencia el mejor maratonista que haya existido.

Incluso con el apoyo de vehículos y tecnología, con el respaldo de 41 expertos fondistas rompiéndole viento e imponiéndole paso, con pista y zapatos idóneos, Eliud ha hecho algo que nadie más sería capaz de hacer.

De hecho, haber destrozado un año atrás el récord de maratón (ese sí ratificado por la IAAF) con una distancia de 78 segundos respecto al registro precedente, ya lo avala como el mejor de la historia (2.01.39 fue su cronómetro). Desde hacía medio siglo ningún maratonista había roto la plusmarca por más de un minuto. Se parte de la premisa de que, conforme pasan los años, más escueta es la separación entre un récord y el siguiente, obstáculo que no opera para este portento.

La locura consumada este fin de semana en Viena también genera fascinación por mostrar que en equipo la humanidad es capaz de adelantar lo que todavía no consigue a escala individual. El festejo de Kipchoge en hombros de sus numerosos y muy talentosos gregarios, rompe la idea de que en pista y campo la victoria sólo se desea para gloria de uno mismo.

Ahí estaba Selemon Berega, plata en 5 mil metros en los recientes Mundiales de Doha; Matthew Centrowitz, oro en Río 2016 en los 1500 metros; Paul Chelimo, plata en 5 mil en Río; Micah Kogo, alguna vez plusmarquista en 10 mil metros; Bernard Lagat, dos veces medallista olímpico en los 1500 metros. Un dreamteam empecinado en aligerar el camino para que Kipchoge pisara su luna.

Una vez que el extraterrestre percibió que estaba a unos cientos de metros de la pista, pidió que le abrieran paso y sacó energía nadie sabe de dónde para cerrar como si estuviera apenas en el calentamiento: fresco, fuerte, veloz, derrotó por veinte segundos a la meta fijada.

Rumbo a unos Olímpicos que no contarán con Michael Phelps ni Usain Bolt, Eliud Kiochoge emerge junto con Simon Biles como las figuras más notables. En Tokio será difícil que se acerca a esta locura, aunque desde ya apunta a romper su récord homologado. ¿O alguien duda que se coronara quien desde que es maratonista sólo ha dejado de conquistar una maratón?

Twitter/albertolati

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