Los pronósticos del comportamiento del Producto Interno Bruto (PIB) de México a lo largo del último año han marcado una caída en picada.
Y fue precisamente octubre de 2018 cuando se marcó un punto de inflexión en las expectativas, que solían ser estables respecto al comportamiento de la economía durante el primer año de Gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Pero en ese punto el pesimismo se apoderó de la economía.
Los mensajes de la tersa noche de la victoria presidencial del 1 de julio del 2018, con todo y esos cordiales paseos de transición de los dos presidentes, Peña y López, por los pasillos de Palacio Nacional, se toparon de frente con una de las decisiones más arbitrarias tomadas hasta ahora por el actual Gobierno: la cancelación de la construcción del aeropuerto de Texcoco.
Ese duro golpe a la confianza se ha visto reforzado por otras tantas determinaciones de la 4T. Una acción que deja crecer el Gobierno federal abona a esa desconfianza y es la vulgar ambición del gobernador electo de Baja California, Javier Bonilla, de violar sin frenos las bases de nuestra democracia para quedarse más tiempo en el poder.
Sin la confianza como punto de partida, se cierra un círculo vicioso que empeora las expectativas económicas. Y lo que pasa en ese estado de la República Mexicana tiene impacto nacional, aunque lo sintamos como un tema lejano.
Así, las expectativas de crecimiento económico que hace un año rondaban el 2.5% para 2019, han bajado hasta niveles cercanos a cero. Moody’s, esta agencia de calificación que tiene en perspectiva negativa la deuda soberana mexicana, tiene un nuevo pronóstico para el PIB de este año: 0.2%, y para 2020 un crecimiento de apenas 1.3%.
No estamos lejos de que llegue el primer pronóstico de cero crecimiento durante este 2019, aunque la realidad es que este año ya está perdido.
Estamos a 15 días de una primera lectura del PIB del tercer trimestre y a dos meses y medio del final del año. Para este 2019 ya no hay mucho que hacer en materia de fomento al crecimiento; solo esperar que los datos de estos últimos meses permitan, aunque sea ese 0.2% o 0.5% de crecimiento del PIB.
Lo que cuenta es estimar con la mayor certeza posible el comportamiento de 2020. Porque si el Gobierno se mantiene en su expectativa de crecer en promedio 2%, el mercado está ya cerca del 1%, pueden fallar los cálculos presupuestales.
Y no es tanto quién tenga la razón: si los otros datos presidenciales o el resto del mundo financiero. Es que fallar en el crecimiento es fallar en los ingresos esperados.
Mañana vence el plazo de los diputados para aprobar la ley de ingresos y en un mes debe quedar completo todo el proceso legislativo del paquete económico. Si hay una mala estimación de los ingresos, pueden venir los problemas financieros de ajuste al gasto y esto es un problema adicional al cero crecimiento.