LATITUDES

Por Alberto Lati

 

Visto bien, lo sorprendente no es que dos barras rivales se hayan enfrentado con tales niveles de violencia en San Luis, sino que aún no haya sucedido una tragedia mayor en el futbol mexicano.

Digo mayor con profundo dolor por quienes ya han perdido la vida o quienes ya han sufrido severas lesiones a causa de lo que llega a acontecer en un estadio. Digo mayor porque lo del domingo (o lo de un año atrás en Monterrey, o lo de tantas otras veces) pudo terminar con una catástrofe de proporciones brutales; basta con ver la saña, el afán ya no de noquear sino de matar, el campo de batalla entre tribuna y tribuna, la incapacidad de las autoridades para intervenir. Digo mayor porque, lejos de haber sido algo nuevo, estas trifulcas son cíclicas, cada rebrote con incluso mayor agresividad que el anterior.

Comenzamos el fin de semana preocupados porque un equipo siguiera compitiendo aun cuando debe varios meses a sus integrantes (antes que señalar a la impresentable directiva del club Veracruz, hay que culpar a la liga que se lo permitió) y lo cerramos confirmando que el estadio no es un lugar para ver futbol, sino para herir e intentar asesinatos bajo pretexto del balón –¿a alguien se le ocurre pretexto más imbécil? Me decía el escritor español, Arturo Pérez-Reverte, ex corresponsal de guerra: “Después de presenciar violencia profesional en tantas guerras, creo que lo más estúpido es la violencia en el deporte. Cuando veo que se pegan por un partido, un 3-0, un 2-1, digo, ´serán estúpidos´, yo los tiraría en un paracaídas en Afganistán, en Irak, en la época dura de los Balcanes, ahí, que discutan ahí su 2-1, su fuera de lugar”.

Puesto en perspectiva, hasta el descaro de Fidel Kuri o el sinsentido de los Tigres anotando a rivales parados (hecho sintomático de la falta de solidaridad, pero finalmente menor y anecdótico), quedaron pequeños una vez que el Alfonso Lastras se transformó en trinchera.

 

Sin embargo, contemplemos el cuadro completo: en tres ocasiones nuestra liga dio la vuelta al mundo en un par de días, cada cual peor que la otra: por el impago impune a unos, por la falta de deportividad de otros, por los afanes homicidas de los peores.

Que nadie lo refute con enunciados retóricos y vacíos, ese es ya nuestro futbol. Hemos perdido quienes supusimos que llevaríamos tan tranquilos a nuestros niños al estadio, como en nuestra niñez fuimos llevados por quienes nos inculcaron el amor a este juego. Perdimos y no parece próxima la remontada. No con los obtusos protocolos de seguridad que continúan imperando en nuestro deporte, incapaces de controlar nada, sin mínimo plan A, ya no decir B o C: no les avisaron que el del domingo era un clásico, que era previsible el choque, que esta rivalidad tiene fondo. No con los equipos que hicieron nacer a grupos ultras y los siguen subvencionando o ya no saben cómo serenarlos.

 

No con parte de sus integrantes declarando cualquier ofensiva o burrada. No con la normalización de la violencia en la retórica de los medios de comunicación, competencia por ser estridentes en comentarios y encabezados. No con el cine Western en que se han transformado las redes sociales.

 

No con la intolerancia y el odio promovidos por todos los políticos (antes de defender un bando y volver a la habitual rutina polarizada, juntos admitamos: todos, los de un lado y los del otro). No con la ya duradera descomposición social, reflejada a cabalidad en todo ámbito.

 

Este fin de semana nuestro futbol ha sido herido de profundísima gravedad. De esto no saldrá con conferencias de prensa, rostros apesadumbrados, un partidito de veto y carpetas de investigación. Por una vez quienes lo rigen habrán de ser proactivos y no reactivos. ¿O esperaremos hasta que la tragedia sea de la dimensión que pudo ser en San Luis?

 

Twitter/albertolati

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