Al Gobierno federal le funciona muy bien la retórica para mantener la fidelidad de sus seguidores. Son expertos en torcer las palabras para conseguir el aplauso de sus seguidores.
Pueden llamar al gas lacrimógeno con el que atacaron a los alcaldes afuera de Palacio Nacional, “aerosol defensivo natural” con el que rociaron el medio ambiente, y sus bases aplaudirán.
Puede incluso llegar a funcionar la enorme estrategia de control de daños que ha implementado la 4T para tapar la pifia del fallido operativo de captura de uno, o dos, de los hijos del Chapo Guzmán en Culiacán.
No habrá por parte del presidente Andrés Manuel López Obrador algún cambio de la fallida estrategia de seguridad, pero sí muchos discursos en los que bromee con el béisbol, o en los que interprete a su gusto y conveniencia las estadísticas de inseguridad. En fin, puede funcionar.
Pero cuando el presidente hace referencia a que él tiene otros datos en materia económica y que lo único que puede reportar es que vamos requetebién, ahí no puede engañar a la realidad.
Mantendrá consumidores confiados y tasas altas de popularidad con su discurso, hasta que la desaceleración llegue a los bolsillos. Eso le da algo de margen todavía para oponerse a la realidad que vive la economía mexicana.
Pero a los participantes de los mercados, que basan sus decisiones en números, no en los dichos, va a ser difícil venderles una de esas historias del cuento de Mamá Ganso.
Hay particularmente algo que por ahora quita el sueño a los que siguen de cerca el desempeño de la economía mexicana: la viabilidad del paquete económico de 2020.
De hecho, dentro de una semana tendremos dos datos que pueden generar ruido en los mercados financieros mexicanos.
El primero es el dato inicial que el Inegi dará a conocer sobre el comportamiento del Producto Interno Bruto (PIB) al cierre del tercer trimestre. Las estimaciones no son buenas.
El segundo dato serán los términos en los que los senadores aprueben La ley de Ingresos para 2020. El plazo vence el último día de este mes y el temor es que el resultado sea ajeno a la realidad de una economía estancada.
De entrada, calcular un crecimiento del PIB en 2% para 2020 es prácticamente inalcanzable. La meta de incremento en la producción petrolera, cercana a los dos millones de barriles diarios, también se antoja difícil. Y de estos cálculos dependen los ingresos por recaudación.
Esta ya es razón suficiente como para que los senadores de Morena frenen sus planes de calcular un superávit primario menor. Si optan por una indisciplina fiscal, van a garantizar que al bajo crecimiento se sume un problema financiero por el incumplimiento de las metas presupuestales.
Si el Gobierno federal y su departamento legislativo no quieren ver la realidad con todas sus letras y asumen su responsabilidad presupuestal, va a ser muy difícil que funcione cualquier estrategia de control de daños. Porque esos efectos se sienten directamente en el bolsillo.